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miércoles, 11 de julio de 2012

CERTAMEN INTERNACIONAL DEL MICRORELATO DE SAN FERMÍN

Los organizadores del Certamen hacen referencia al mismo de la siguiente manera.

En Pamplona hace falta poco para que algo se convierta en una tradición, y como este año ya van para cuatro las ediciones de este Concurso de Microrrelatos de San Fermín, no nos da vergüenza afirmar que este está convirtiéndose en todo un clásico presanferminero. A mediados de junio no es raro oír a la gente afirmar alborozada: “¡Ya han puesto el vallado!”, o “¡Me ha tocado una lata de aceitunas en la tómbola!”, y ahora también “¿Ya han fallado el concurso de microrrelatos!”.
Vale, estamos exagerando (la culpa es la de nuestra aspiración de que ese fallo acabe por convertirse en algo tan comentado y tan polémico como el del concurso de carteles), pero lo cierto es que la participación cada año crece considerablemente. Este año se han recibido ni más ni menos que 471 relatos, procedentes de 21 países.
Tal cantidad de historias lleva a pensar que el microrrelato sanferminero poco a poco va pidiendo paso como subgénero literario, y desde el jurado podemos constatar que dentro de éste hay varios subsubgéneros: los microrrelatos de Caravinagre, los del encierro, los de apariciones del santo, los del navarro ausente, los de objetos típicos que toman vida –el pañuelo, la alpargata, etc.-…
Este año han cobrado especial protagonismo los microrrelatos de silletas y embarazos sanfermineros, y el ganador ha sido precisamente un emotivo cuento, que evoca el futuro y la perduración de las fiestas, de un sentimiento que se transmite de corazón a corazón por vía umbilical. La crisis, por supuesto, no podía faltar, es imposible obviarla en una situación como la actual, y también se ha reflejado en microrrelatos como el segundo clasificado, en la que a través de unos acertados y muy sanfermineros juegos de palabras, es a ella, a la crisis, a la que se recorta su carga trágica, durante unos días de respiro y de alegría. El tercer premio ha recaído en un cuento que, a través de una anécdota, resume perfectamente el ambiente de cordialidad y buen rollo que deseamos para nuestras fiestas.
Y junto con ellos, los otros siete finalistas y los restantes participantes, que a menudo resultan tan difíciles de juzgar (tal vez por eso se inventó esa expresión “Fallo del jurado”), pues la decisión no es matemática, ni la Liga BBVA, sino que supone enfrentarse a decenas de historias, todas ellas cuajadas de emociones, sentimientos y vivencias personales y particulares.
Os animamos, por último, a participar el próximo año en la quinta edición y particularmente a enriquecer este certamen y el microrrelato sanferminero con nuevos puntos de vista, voces, ángulos, que renueven año a año esta tradición y la conviertan en cada edición en algo novedoso y sorprendente.
José Luis Allo, Patxi Irurzun, Eduardo Laporte y Carlos Erice. Miembros del jurado.
El 15 de junio de 2012 a las 19.30 en el Palacio Condestable, se ha hecho público el fallo del III Certamen de microrrelatos, con los siguientes resultados.

Primeros tres clasificados:
Ganador: ‘‘Siete centímetros’’ por Alberto Eransus Antoñanzas, de Sarriguren (Navarra)
2º clasificado: ‘‘Encierro del seis de julio’’ por Paco Lecumberri Ardanaz, de Pamplona (Navarra)
3º clasificado: ‘‘Abracadabra’’ por David Martínez Abárzuza, de Pamplona (Navarra)

Resto de finalistas:
4º clasificado: ‘‘El eco del cohete’’ por Lucas Daniel Monsalve Cadena, de Madrid (Madrid).
5º clasificado: ‘‘Daniel’’ por Laura Villanueva Merino, de Pamplona (Navarra).
6º clasificado: ‘‘Adiós’’ por Josetxo Campión Ilundáin, de Pamplona (Navarra).
7º clasificado: ‘‘Ta-fes-ta-fes-ta-fes-ta-fes-ta-fes’’ por Alfredo Alvaro Igoa, de Etxarri Aranatz (Navarra).
8º clasificado: ‘‘Corredor de sueños’’ por Juan Carlos Somoza García, de Bilbao (Vizcaya).
9º clasificado: ‘‘Epiko’’ por Ramón Zarragoitia Mezo, de Plentzia (Vizcaya).
10º clasificado: ‘‘La visita’’ por Abel Azcona Marcos, de Pamplona (Navarra).

Nuestra enhorabuena a todos ellos, así como al resto de participantes en este IV Certamen.


Les invitamos a compartir los primeros tres premios.


Primer premio


Siete centímetros, de Alberto Eransus Antoñanzas

En una terraza de la Plaza del Castillo, casi vísperas de fiestas, recordó la advertencia del médico que aún retumbaba en su cabeza: ”nada de alcohol, tabaco, comidas grasas, sobresaltos, altas temperaturas, espacios concurridos ni multitudes. Tranquilidad y buenos alimentos.” No podía ser ni quería creérselo. Sólo pensar a lo que debía renunciar le entraban ganas de llorar: el almuerzo del seis con la cuadrilla, la lluvia de champán en el chupinazo, la comida del siete, la sangría taurina en la solanera con la peña, las noches y los días fluyendo en tiempos y modos sanfermineros. Pero sobre todo, por encima de estos actos, lo que más amaba: el encierro. Esto sí que se lo subrayaron: “nada de actividades intensas ni deportes de riesgo.”
Apurando el café, notó en el bolsillo del pantalón algo que le incomodaba: era un sobre. Al abrirlo, sus ojos empezaron a nublarse. Era el abono de los toros, completo. Detrás de la entrada del 14, otro papel, distinto: una foto en blanco y negro, borrosa, en la que se adivinaba una forma de siete centímetros. Mientras unas lágrimas se aventuraban sobre su incipiente tripa, esbozando una sonrisa, se consoló pensando: Tú me darás mil alegrías en los próximos sanfermines.


Segundo Premio

Encierro del seis de julio, de Paco Lecumberri Ardanaz

Algo grave pasa cuando es seis de julio y no quieres levantarte de la cama. Cuando entre las sábanas te sacudes ahogado en tu pobre de mí, lidiando en tu cabeza con los seis meses seis desde que te empitonó la crisis. Cansado de que cada santo domingo enfiles la cuesta de la semana sin que el ayuntamiento o los mercaderes dejen en la estafeta la carta de tu próximo empleo y sin que recibas la llamada telefónica que te diga que has sacado la plaza a la que tanto ansiabas llegar.
Pero en medio de esa amarga oscuridad, una luz y un bullicio de niños entran por el toril de tu chiquero; son tus dos alguacilillos que vienen a sacarte de tu encierro gigante. Tras ellos, una mujer, blanca como una novia, trae un beso de seis de julio que te recuerda que sigues siendo el rey (y ella tu chica yeyé). Y se desploma tu prima de riesgo y sales de tu corralito y te entra el gusanillo de la víspera porque es seis de julio, porque estás vivo y todo empieza de nuevo. Entonces piensas que San Fermín, que todo lo ve, te bendecirá.


Tercer Premio

Abracadabra, de David Martínez Abárzuza

Ni el mítico Houdini, ni el clásico “magia borrás”, ni siquiera el gran Juan Tamariz me hicieron creer tanto en la magia como esas tres palabras de aquel siete de Julio del noventa y seis.
Mis caderas se movían torpemente al son de la música de no recuerdo qué abarrotada peña, cuando de repente, mis ojos inevitablemente desviaron la mirada hacia un mechón de pelo rubio que descendía en bucle sobre el canalillo, hasta perderse en el generoso escote de aquella diosa. A los dos segundos, advertí la presencia de un individuo de unos ciento noventa centímetros de músculo, con camisa blanca impoluta y pañuelico recién planchado, mirándome con cara de oso Camille en ayunas.
El sobresalto hizo que mi mano temblara, con tan mala suerte que mi refrescante vaso de kalimotxo se vació sobre el fornido pecho del maromo. La música se detuvo y el olor a ira descontrolada inundaba todo el local, ¿dónde me golpearía primero?.
Mi cuerpo tiritaba de terror, estaba perdido. Todavía no me explico cómo y porqué salieron de mi boca esas tres palabras mágicas que salvaron mi vida:
- Viva San Fermín -
El muchacho sonrió, tendió su mano y repitió… – Viva San Fermín -

Fuente: http://www.blogsanfermin.com/con

LITERATURA Y SAN FERMÍN

  Diario de Noticias de Navarra
Viernes, 6 de Julio de 2012
   
    EN UN LIBRO POR SAN FERMÍN

Por Santi J. Navarro

Los Sanfermines son conocidos en el mundo entero gracias a una serie de tradiciones apenas reconocibles en los últimos programas y a determinados artistas presentes en Iruña por San Fermín, sean el escritor Ernest Hemingway o el cineasta Orson Welles. Y no deja de ser curioso que nuestras fiestas sean populares en tantos y tantos lugares por culpa de Fiesta, desigual novela de uno de los más relevantes autores de la Generación Perdida norteamericana, y de su adaptación cinematográfica hollywoodiense, tópica hasta el rubor, realizada por Henry King con Ava Gardner y Errol Flynn.

Pese a todo, la imagen de los Sanfermines en el continente americano (y en Europa) es, en líneas generales, más realista de lo que pudiera esperarse, pues son muchos los estadounidenses, los noruegos o los australianos que han vuelto a Pamplona para formar parte activa del entramado social que sustenta el jolgorio y no son pocos los escritores interesados en lo que vieron y escucharon en las calles de nuestra ciudad entre el 6 y el 14 de julio de cada año. James Michener da cuenta de ello en Hijos de Torremolinos (¡toma título para lo que, en su origen, se llama The Drifters!) y otros autores han recordado esos días y esas noches sin fin, como Alfredo Bryce Echenique o Derek Walcott. Sin embargo, hay una obra que centra su trama en estas fiestas: Plaza del Castillo, de Rafael García Serrano.

En realidad, Félix Urabayen puede considerarse el primer escritor en dar relevancia a las fiestas en El barrio maldito, novela de 1925 que se adelantó en casi dos años al Hemingway de la citada The sun also rises, si bien la trama de la de Urabayen (un escritor progresista silenciado y demasiados años olvidado) presta atención a Baztan y a las andanzas de los agotes. Fiesta (así como Muerte en la tarde, obra narrativa de 1932) sí presta atención a la juerga o al universo taurino pamploneses en algunos de sus capítulos y también se preocupa por la desaparición de las tradiciones en los años en los que el viaje y el placer fueron fines en sí mismos para toda una generación.

Plaza del Castillo, editada por primera vez en 1951, da cuenta de todo ello a lo largo de toda la novela y presta atención a esas semanas que culminan de manera trágica con el bando militar del general Mola declarando la guerra a la República, el 19 de julio de 1936. García Serrano, falangista declarado, alegró la vida de los fascistas con la publicación del relato pero también dejó destellos de buena literatura en esa Plaza del Castillo que se convierte en escenario privilegiado de una novela con personaje colectivo: "Había pastas de Maxi, merengues de Pomares, coronillas de Salcedo, chorizo de Casla, bollos y borrachos del Suizo (…). Marino Aldave se decidió por lo salado. Tenía cierta antigua prevención hacia todo lo que significase dulzaina y entre lo que cría Dios y componen sus criaturas, reverenciaba siempre la obra de la divinidad. Por eso mismo escribía menos versos de los requeridos por su talento y se entregaba quizá demasiado al gozo de combinar jamón, chorizo y vino".

Otros autores compondrían, mucho después, distintas sinfonías literarias de ambiente sanferminero, una de las cuales es la recopilación de Cuentos sanfermineros aparecida en 2005 con la firma de Patxi Irurzun, lo cual demuestra que las celebraciones festivas de la vieja Iruña siguen inspirando a los más diversos creadores.

¡Que siga!


Fuente:
http://www.noticiasdenavarra.com/2012/07/06/especiales/sanfermines-2012/en-un-libro-por-san-fermin












martes, 10 de julio de 2012

SAN FERMÍN EN LA LITERATURA: "FIESTA" DE ERNEST HEMINGWAY


En muchas ocasiones hemos oído relacionar a Ernest Miller Hemingway  con Irunea /Pamplona  y la fiesta de San Fermín. De hecho su obra "Fiesta" se encuentra ambientada en ese contexto.

Antes de presentar un resumen de su obra, diremos que nació en Oak Park, Illinois el 21 de julio de 1899 y murió en Ketchum, Idaho, el 2 de julio de 1961. Se trata de un reconocido escritor estadounidense que fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura en el año 1954. 

Trabajó como periodista del Star de Kansas City hasta la Primera Guerra Mundial, en la que participó como conductor de ambulancias.  En 1924 trabajó de corresponsal del Toronto Star en París.

Años después, durante la Guerra Civil Española se desempeñó como corresponsal de guerra, en Madrid. De la experiencia surgida allí, nacieron también su libro "Por quién doblan las campanas" y su única obra teatral, "La quinta columna".

 Al finalizar la Segunda Guerra Mundial se instaló en Cuba, donde había trabajado, con exilados de la Guerra Civil Española, para el contraespionaje.

En 1960, después que Fidel Castro tomara posesión de su casa La Vigía, cambió su residencia a Idaho. Un año después murió.


SU NOVELA "FIESTA" Y SAN FERMÍN


En "Fiesta" Ernest Hemingway relata la historia de Jake Barnes, un corresponsal de guerra, que se reencuentra en Paris con un viejo amor: Brett Ashley. Ella es una enfermera a la que amó en el pasado.  

 Con dos amigos y la chica deciden emprender un viaje que los lleva a Irunea/Pamplona. Durante el trayecto se van desencadenando situaciones de tensión. Pero es al llegar a destino que esa tensión estalla. La novela transcurre con el fondo de San Fermin, con el relato de un grupo de amigos que se integran en la fiesta. Con posterioridad, ya en Madrid cada uno de los amigos toman caminos diferentes, dejando el mensaje de que algunos antiguos amores y como algunas amistades acaban luego de compartir la fiesta. 

Para quienes deseen leer en línea su obra "Fiesta", les sugerimos hacerlo a través del siguiente vínculo:


lunes, 9 de julio de 2012

DESDE IRUNEA, SAN FERMÍN EN IMÁGENES



EL AMBIENTE EN LA PLAZA

COMPARSA

EL CHUPINAZO

San Fermín, primer obispo de Pamplona

Por José Antonio Goñi Beásoain de Paulorena


SAN FERMÍN, ENTRE LA HISTORIA Y LA LEYENDA

San Fermín es uno de los santos mundialmente más conocidos, no tanto por su vida, su episcopado, sus trabajos apostólicos o su pasión y martirio, sino por las fiestas que cada año le tributa la ciudad de Pamplona, en Navarra (España), del 6 al 14 de julio, conocidas como Sanfermines o Pamplonada. Las imágenes de estas fiestas, particularmente la carrera de toros por varias calles de la ciudad, han llegado y llegan a todo el mundo a través de la televisión.
Pero para no quedarnos con un conocimiento meramente superficial de san Fermín e ir más allá de las fiestas y del folclore que rodean al santo obispo, conviene adentrarse en su vida, conviene acercarse a su persona y que así su ejemplo nos estimule a anunciar la fe incansablemente y a seguir a Cristo incluso hasta el extremo de dar la vida por él.
Tal y como describiremos con más detalle a continuación, san Fermín, según narra la tradición, vivió en la segunda mitad del siglo III y fue el primer obispo de Pamplona, su ciudad natal, y, más tarde, de Amiens (Francia), adonde le condujo su infatigable actividad misionera y donde sufrió el martirio por decapitación, durante la persecución del emperador del Diocleciano. Hay algunos autores que sitúan a san Fermín en el siglo I, habiendo sido martirizado, en este caso, durante la persecución del emperador del Domiciano.
Las noticias de su vida han llegado a nosotros por medio de las Actas de la vida y del martirio de san Fermín, redactadas probablemente hacia el siglo VI en su parte más esencial que habría sido ampliada posteriormente, y de los breviarios medievales. En ellos aparece mezclada la realidad histórica con elementos legendarios sobre la vida del santo, fruto de la devoción del pueblo fiel que, admirado por el ejemplo recibido, narraba de modo exagerado, partiendo de una cierta base real, las gestas de su vida, dejando de lado la objetividad de los hechos.
A pesar de que su existencia no puede testimoniarse con documentos históricos, no podemos concluir que san Fermín sea fruto de la devoción popular o de leyendas hagiográficas. No parece lógico que la lápida con la inscripción “Firminus M.” (“Fermín mártir”), hallada en Saint Acheul (Francia) cerca de Amiens, lugar donde la tradición afirma que fue enterrado el santo obispo tras su martirio, diera origen al culto que allí se empezó a tributar a san Fermín. Y, más aún, que a ese santo se le atribuyese como lugar de procedencia Pamplona, ciudad situada a mil kilómetros de distancia de Saint Acheul, impidiendo, además, que ninguna Iglesia de Francia pudiera apropiarse de un hijo tan ilustre. De modo que algún fundamento tuvieron aquellos cristianos de Amiens para atribuir al mártir y obispo un origen tan lejano y para muchos de ellos desconocido. Por otra parte, la diócesis de Pamplona cuenta actualmente con un obispo, que tuvo un antecesor, que a su vez sucedió a otro, y éste a otro, etc. Alguna vez, uno de ellos tuvo que ser el primero. ¿Se llamaba Fermín?

INICIO DEL CRISTIANISMO EN PAMPLONA

Según cuenta la tradición, san Fermín nació, a mediados del siglo III, en Pamplona –Pompaelo en aquél tiempo-, ciudad romana situada al norte de la provincia de Hispania del Imperio Romano, ahora capital de la provincia de Navarra (España). Fue hijo de Firmo, senador local, distinguido entre sus ciudadanos por su amable carácter y por su vida honesta, y de Eugenia, quienes tenían dos hijos más, Fausto y Eusebia.
En aquél tiempo, en esta región se daba culto a los dioses romanos. De modo que Firmo y Eugenia, junto con sus hijos, ofrecían ofrendas y sacrificios en los altares paganos.
Vino por aquél entonces a Pamplona para anunciar el evangelio el presbítero Honesto. Éste, siendo natural de Nimes (Francia), abandonó su ciudad natal para afincarse en Toulouse (Francia) atraído por la fama y milagros de Saturnino, obispo de la sede tolosana. Al haber evangelizado ya la zona sur de las Galias, Saturnino envió a su discípulo Honesto al otro lado de los Pirineos con el deseo de que los habitantes de esa región conocieran a Cristo.
Narran las viejas hagiografías que Firmo, su esposa Eugenia y sus amigos los senadores Faustino y Fortunato, mientras iban de camino al templo de Júpiter, situado en las inmediaciones de la actual catedral, para orar según sus ritos y costumbres, se detuvieron al ver a un extranjero que explicaba al pueblo la figura y la doctrina de Cristo, rechazando el culto a los dioses paganos.
Firmo, impresionado por el discurso de Honesto, interrogó al misionero de esta manera, tal y como consta en las Actas:
-“Nuestros dioses, según dices, son ídolos a los que desde antiguo veneraron los príncipes romanos. Explícanos a qué Dios quieres que demos culto.”
Honesto contestó con prontitud:
-“Al que hizo el cielo y la tierra, el mar y cuanto en los mismos habita, se le debe reconocer como verdadero, único y sólo Dios, por quien existen todas las cosas, en el que habitan todas y sin el cual ninguna criatura puede subsistir. Él domina la vida y la muerte. Por el contrario, los dioses de los gentiles, venerados por vuestra religión, deben ser tenidos más como demonios que como seres divinos. Pues así habla el Espíritu Santo por los profetas: todos los dioses de los gentiles son demonios; Dios, por el contrario, hizo el cielo.”
Continuó Firmo interrogando a Honesto:
-“¿De qué secta o religión eres tú para atreverte a proferir tan grave acusación contra nuestros dioses?”
Respondió Honesto:
-“Soy de la ciudad de Nimes, hijo de Emelio y Honesta. En cuanto a la religión a la que pertenezco, continuamente lo proclamo en público. Soy cristiano, instruido en la fe católica, y pertenezco al orden de los presbíteros, discípulo del obispo Saturnino y su hijo por el bautismo, conocedor de las ciencias liberales y educado desde mi primera juventud en los fundamentos de la sagradas Escrituras. Lo que aprendí, enseño. Es claro que Dios es uno, señor de lo visible y de lo invisible, el que era, el que es, el que siempre será. En él se hallan todos los tesoros de la sabiduría, todo se encierra en su majestad. Padre, Hijo y Espíritu Santo, un Dios en tres personas y tres personas en el verdadero Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Si quieres conocer la plenitud de este misterio, lo podrás hacer con su misma ayuda, pues sin la gracia e inspiración del Espíritu Santo nadie la puede alcanzar. Si alguno de vosotros quiere conocer al Dios verdadero, confiese no existir otro fuera del Omnipotente, Trino y Uno. Pues los dioses de los gentiles son simulacros sordos y mudos, hechos por el hombre con metal, madera o piedra imitando al modelo humano y enriquecidos con plata y oro. Tienen boca y no hablan, ojos y no ven, oídos y no oyen, nariz y no huelen, manos y no tocan, pies y no caminan, como la sagrada Escritura recuerda al decir: se hagan semejantes a ellos los que los fabrican y todos los que confían en ellos.
Nuestro Dios omnipotente, Jesucristo, unigénito de Dios Padre, engendrado de la divinidad antes de los siglos, nació de María virgen; al cual se le ha dado la potestad en el cielo y en la tierra; que rescató al género humano del vínculo de la muerte como trofeo de su pasión; el que, al triunfar de la muerte, libró al género humano de los infiernos, de la muerte a la vida, de las tinieblas a la luz, de la esclavitud a la libertad. A todos los creyentes los llevó a sí y, con el precio de su sangre, redimió a todos del poder del diablo. Paseó con pies secos sobre el abismo del mar, resucitó a Lázaro muerto de cuatro días, está sentado a la derecha de Dios Padre, vendrá a juzgar a los vivos, a los muertos y al mundo; entonces premiará a cada uno según lo que en esta breve vida haya hecho y obrado; al que asisten los ángeles y arcángeles, y el que premia a los santos y a los justos con el reino eterno, mientras que a los impíos y pecadores condena a las penas y a los tormentos perpetuos.
Esta religión y clara doctrina de verdad nos la enseñó a nosotros Saturnino, obispo, discípulo de los apóstoles, y nos mandó predicar el evangelio de la verdad a todas las gentes y bautizar a todos los hombres en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo para el perdón de los pecados y para la vida eterna sin fin.”
El senador Firmo, admirado de tal elocuencia, dijo:
-“Si Saturnino, de quien dices ser discípulo de los apóstoles, nos confirmase tus palabras, quizás cambiaríamos nuestras mentes, pues conocemos su fama y sus virtudes que certifica con muchos signos realizados en nombre de Jesucristo Nazareno.”
A lo que Honesto respondió:
-“Si vuestra dificultad para aceptar la verdad es ésta, mi señor, padre y maestro Saturnino estará dispuesto a predicaros la salvación y conduciros de las tinieblas a la luz.”
Honesto volvió rápidamente a Toulouse para informar a Saturnino de las óptimas disposiciones en las que había dejado al senador Firmo en Pamplona. No dudó Saturnino ni un momento y, dejando el cuidado pastoral de su diócesis bajo su discípulo Papoul, emprendió el viaje. Una semana después de que Honesto hubiera dialogado con el senador Firmo, llegó Saturnino a Pamplona donde, sin apenas tiempo para descansar de su largo viaje, en el bosque sagrado de cipreses que rodeaba el templo de Diana, comenzó a predicar al Dios verdadero ante un pueblo que había acudido desde todas las partes de la ciudad para escuchar su palabra.
Durante tres días anunció abiertamente el evangelio y presentó los misterios de la fe en el mismo lugar, frente al templo de los dioses falsos, denunciando la locura de adorar divinidades de piedra y de madera salidas de las manos de los hombres. Fueron, además, sus palabras confirmadas con muchos milagros.
El pueblo de Pamplona se convirtió en masa. Igualmente los tres senadores –Firmo, Faustino y Fortunato- decidieron abjurar de los errores de sus padres y pidieron ellos también el bautismo, recibiéndolo de manos de Saturnino. Parece obvio que también serían bautizadas sus familias por el santo obispo. Así, Eugenia, Fermín, Fausto y Eusebia recibieron el bautismo. No obstante algunos opinan que el hijo del senador, Fermín, fue bautizado por san Honesto.
Como señal de su conversión, fue destruido el templo de Diana y talado el bosque sagrado que lo rodeaba, de tal manera que no quedó en pie vestigio alguno de los antiguos signos paganos. Y cuentan que, a impulsos de aquella ardorosa predicación, se construyó rápidamente la primera iglesia, que pronto resultó insuficiente.
Después de todas estas conversiones, Saturnino, dejando a Honesto en Pamplona para que consolidara la comunidad cristiana recién inaugurada, reemprendió el camino de retorno a su sede episcopal de Toulouse. Tiempo después, decretada la persecución de los cristianos por el emperador Decio, Saturnino fue detenido en el capitolio de su ciudad donde fue atado a la cola de un toro, que lo arrastró por las escaleras desde lo alto del edificio hasta que, destrozados la cabeza y el cuerpo, entregó su alma a Cristo un 29 de noviembre hacia el año 250.

FERMÍN SE CONVIERTE EN OBISPO

Firmo entregó a su hijo primogénito, Fermín, a Honesto para que le enseñara las letras humanas y lo formara en la doctrina cristiana. Bajo la dirección del santo presbítero, Fermín hizo grandes progresos tanto en la virtud como en las ciencias. A la edad de 17 años había alcanzado ya amplios conocimientos y acudía a la iglesia para cantar alabanzas a Dios y a los santos.
No escapó al fino olfato de Honesto la inclinación que el joven mostraba hacia el apostolado. Por ello procuraba que lo acompañase en sus viajes apostólicos por las aldeas que rodeaban Pamplona así como por las calles de la ciudad para que con su palabra confirmara el pueblo devoto exhortándolo al conocimiento de las verdades religiosas. Cuando lo consideró maduro, lo envió a Toulouse para que el obispo Honorato, sucesor de Saturnino, lo ordenase sacerdote. Fermín volvió a Pamplona como presbítero ayudante de Honesto.
Contaba con veinticuatro años cuando Honesto, viendo que se habían enriquecido las cualidades de su discípulo, lo envió de nuevo a Honorato para que lo ordenase obispo. El obispo tolosano, en cuanto vio a Fermín, comprendió que estaba predestinado y elegido por Dios para hacer presentes entre las gentes la palabra de Dios y la gracia de la salvación. Honorato en la celebración de la ordenación, delante del pueblo, le habló a Fermín de esta manera, según consta en las Actas:
-“Alégrate, hijo, pues has merecido ser vaso de elección para el Señor, has recibido de Dios la gracias y el oficio de apóstol. Dirígete a la dispersión de las gentes. No temas, porque Dios está contigo. Debes saber que padecerás mucho por su nombre hasta que llegues a recibir la corona de la gloria.”
Una vez se hubo despedido Fermín de Honorato y de sus hermanos presbíteros, retornó a Pamplona. Apenas llegó, le comunicó a su maestro Honesto el mandato que había recibido del obispo Honorato en su ordenación: anunciar a Jesucristo a los pueblos.

MISIONERO EN LAS GALIAS

Cumplidos los treinta años, Fermín dejó su patria para evangelizar las tierras de la vecina Galia. Tras pasar los Pirineos, se adentró en la región de Aquitania para predicar la fe cristiana dirigiéndose a la ciudad de Agen, donde el paganismo era floreciente. Allí conoció al presbítero Eustaquio con quien, durante varios días, instruyó al pueblo en las sagradas Escrituras y fortaleció su fe enseñándoles las verdades cristianas.
De Agen se dirigió a Alvernia, en cuya capital, Clermont-Ferrand, permaneció largos meses, acercando a Cristo a gran parte de sus habitantes, destacando la conversión de los jueces Arcadio y Rómulo tras discutir públicamente sobre los ídolos paganos.
Continuó su viaje misionero, predicando esta vez en Anjou, donde ayudó durante tres años al obispo de esta sede, Auxilio, convirtiendo a la mayor parte de los paganos de la provincia.
No contento con esta trayectoria de éxitos misioneros, buscó el misionero navarro la dificultad, el riesgo e, incluso, el martirio. Habiéndose enterado de que Valerio, gobernador de los belovacos, perseguía a los cristianos y los martirizaba, se dirigió a la ciudad de Beavais, capital de esa región, con entusiasmo y gozo, dispuesto a padecer por Cristo. Nada más llegar, inició su apostolado convirtiendo a los paganos y confirmando en la fe a los cristianos perseguidos. Viendo su éxito y el daño que hacía a los dioses locales, Valerio lo mandó encerrar cargado de cadenas ordenando que lo azotaran repetida y cruelmente. No dejó de anunciar el evangelio día y noche en las nuevas circunstancias, convirtiendo a muchos prisioneros e, incluso, a los carceleros. Muerto Valerio en una revuelta militar y fallecido su sucesor Sergio por una infección, corrieron los cristianos a las mazmorras para liberar a Fermín y que reiniciara, así, su predicación pública.
Finalmente marchó a Amiens -conocida en aquel tiempo como Samaroviba o Ambicum-, capital de la región de la Picardía, donde tras una intensa actividad apostólica sufrió el martirio, tal y como ahora vamos a narrar.

MARTIRIO EN AMIENS

Según la tradición local, el día 10 de octubre de un año desconocido de finales del siglo III, entró Fermín en Amiens por la puerta de Beauvais, siendo recibido por el senador Faustiniano, quien lo hospedó en su casa.
Iniciada la predicación pública rápidamente se hicieron cristianos no solamente gran parte del pueblo, sino también varios nobles cuyos nombres figuran en las Actas como el mencionado Faustiniano, el senador Ausencio Hilario o la noble Atilia. El mensaje anunciado por Fermín se vio apoyado, además, por numerosos milagros: devolvió la vista a Casto, hijo del noble Andrés, sanó a dos leprosos, curó a varios paralíticos, liberó a algunos endemoniados.
De tiempo en tiempo, salía Fermín a predicar en los lugares circundantes y también en localidades más lejanas como Picquigny, Vignacourt y Bobés.
El Breviario Ambianense relata que repetía a menudo: “Mis queridos hijos, sabed que el Padre Dios, creador de todas las cosas, me ha enviado a vosotros para purificar esta ciudad del culto a los ídolos y para predicar a Jesucristo crucificado y resucitado por la fuerza de Dios.”
La fama de la predicación y de los milagros de Fermín terminaron por llegar a los gobernadores de la provincia, Lóngulo y Sebastián, quienes se trasladaron de Tréveris, donde residían, hasta Amiens, azuzados por los sacerdotes de los ídolos y de los templos paganos pues había sido decretada la persecución de los cristianos por el emperador Diocleciano. Llegados a Amiens ordenaron que en el plazo de tres días se reunieran los tribunos y todos los jefes militares en el pretorio Climiliano. Una vez reunidos, mandaron llamar a los curiales y a los sacerdotes de los templos, ante los cuales, como se transcribe en las Actas, dijo Sebastián:
-“Los sacratísimos emperadores ordenaron que el honor y el culto de los dioses fuesen observados por todos los pueblos y las gentes hasta los rincones más lejanos del Imperio. Ellos dispusieron que las aras sagradas y los altares fuesen venerados de acuerdo con las antiguas tradiciones y costumbres. Si alguien atenta contra los decretos de los santísimos emperadores, se les debe aplicar la pena capital según el decreto dado por los senadores y por los príncipes de Roma.”
Auxilio, un venerable sacerdote de los templos de Júpiter y de Mercurio fue el primero en lanzar su acusación:
-“Se encuentra entre nosotros un pontífice de los cristianos, quien no solamente aparta a la ciudad de Amiens del culto y religión de los dioses, sino que parece querer separar a todo el Imperio Romano de ellos.”
Seguidamente Sebastián preguntó sobre el nombre del intruso, respondiendo Auxilio:
-“Se llama Fermín, es de Hispania, astuto y lleno de elocuencia y de sagacidad. Predica y enseña al pueblo que no existe otro Dios, ni otra virtud en el cielo y en la tierra sino el Dios de los cristianos, Jesucristo, al que llama Nazareno. Dice que éste es más omnipotente que todos los dioses. Tacha a nuestros dioses de ídolos, demonios y simulacros varios, mudos sordos e insensibles. Con estas ideas subleva al pueblo y lo aparta de la religión de los dioses para que no acuda a orar a los templos de Júpiter y de Mercurio, y seduce el corazón de los senadores para que se hagan cristianos. Si no lo exterminas y aplicas a los otros severas penas, se seguirá gran peligro para la república, pues intenta subvertir los fundamentos y la estabilidad del Imperio Romano. Escucha nuestros consejos, excelentísimo presidente, para que la república se vea por ti salvada y nuestros dioses se vean libres del peligro. Manda que sea traído ante este tribunal, con nosotros presentes.”
Sebastián y Lóngulo, espantados y temerosos ante tal acusación, ordenaron que dentro de dos días fuera llevado preso Fermín al teatro junto a la puerta Clipiana. Sin esperar al plazo señalado para su prendimiento, acudió Fermín al día siguiente al pretorio, se presentó ante el tribunal y allí mismo comenzó a predicar a Jesucristo, enseñando a adorarlo, mientras aconsejaba abandonar los ídolos y destruir los templos paganos.
Vuelto hacia él, le dijo Sebastián:
-“¿Eres tú aquel blasfemo que destruyes los templos de los ídolos y separas al pueblo de la santa religión de nuestros sacratísimos emperadores? ¿De dónde eres tú? ¿De qué ciudad o región afirmas ser?”
El apóstol, respondió sin dudar:
-“Si preguntas por mi nombre, me llamo Fermín, de Hispania, del orden de los senadores, de la ciudad de Pamplona, cristiano por fe y por doctrina, y obispo. Soy enviado a predicar el evangelio del Hijo de Dios, para que conozcan las gentes que no existe otro Dios ni en el alto del cielo ni en lo profundo de la tierra; que creó todas las cosas de la nada y en quien permanecen todas las cosas; que tiene poder sobre la vida y sobre la muerte; de su mano nadie puede salir; le asisten los ángeles y las virtudes del cielo; ante él se doblan todas las rodillas en la tierra, en el cielo y en el infierno; doblega a los reinos y disuelve el reino de los bateos; bajo él corren los tiempos y mudan las generaciones; es inmutable por siempre, porque siempre es él mismo y sus años no tienen fin. Sin embargo, los dioses que adoráis por ilusiones y fantasías de los demonios, son simulacros mudos, sordos e insensibles que condenan las almas y a sus adoradores precipitan en lo profundo de los infiernos. Esto es lo que yo predico y con libertad denuncio que son fabricación diabólica; digo a todos los pueblos y a todas las gentes que los abandonen para que no sean arrojados con ellos en las profundidades del tártaro y de la gehena perpetua, donde su padre es el diablo.”
Ante esta respuesta se levantó un gran murmullo entre el gentío. Sebastián, muy enfadado y pidiendo silencio, pronunció esta sentencia:
-“Por los dioses y diosas inmortales y por su invencible poder te contesto Fermín, para que en tu ignorancia recapacites y no reniegues de la santa religión que practicaron tus padres, sino que de inmediato ofrezcas un sacrificio a los dioses y a las diosas. Si no lo haces, te aplicarán todo tipo de tormentos y te haré sufrir terrible muerte ante todo el pueblo.”
No hicieron cambiar estas palabras el semblante de Fermín, sino que respondió al gobernador de este modo:
-“Has de saber, presidente Sebastián, que no temo las penas y tormentos con que amenazas. Lo que me apena es que en tu vanidad e ignorancia creas que yo, servidor del Dios inmortal que todo lo domina, me voy a doblegar con tus tormentos. Con cuántas más penas me amenaces, tanto más me dará mi Dios la virtud de soportarlas a fin de que merezca alcanzar la corona inmortal. Pues por las penas temporales con que me amenazas, no quiero separarme de la vida eterna en el reino del Hijo de Dios, donde reinaremos sin fin. Tú podrás mantener vivos los tormentos y las llamas más atroces, pero arderás más eternamente en el furor de ese fuego que tu impiedad aplica hoy a los siervos de Dios.”
Sebastián quedó estupefacto por la constancia del obispo y por la fuerza de su predicación. El pueblo de Amiens, entusiasmado con las palabras de Fermín y agradecido por los muchos beneficios recibidos de sus manos, quería arrancarlo de las manos del tirano. Sebastián, por miedo al levantamiento del pueblo, se retraía de condenar al obispo a los tormentos. No obstante, mandó a sus soldados que lo prendieran y lo encerraran en la cárcel indicándoles que lo decapitaran silenciosamente por la noche y que escondieran su cuerpo para que no lo encontraran los cristianos y le tributaran honores.
Fermín, habiendo sido apresado por los soldados, según el mandato que recibieron de Sebastián, no cesaba de alabar a Jesucristo ante la rabia de sus carceleros. A la noche siguiente, mientras la ciudad dormía, se presentaron varios soldados dispuestos a cumplir los negros proyectos ordenados. Cuando los vio llegar, con el corazón repleto de emociones y con lágrimas de alegría en los ojos, dispuesto a aceptar su holocausto, prorrumpió en esta oración:
-“Te doy gracias, Señor Jesucristo, soberano dador de todos los bienes, pastor bueno, que te dignas llamarme a compartir la suerte de tus buenos amigos. Dígnate, Rey piadoso y clemente, guardar con tu misericordia y proteger a todos aquellos que por virtud de mi ministerio son hijos tuyos y ayudar a quienes pedirán tus favores por mi intercesión, pues tuyo es el reino y el poder por los siglos de los siglos.”
Concluida su oración, se puso Fermín a disposición del verdugo quien, desenvainando su sable, dio un golpe certero en la cerviz del obispo, separando la cabeza del cuerpo. La muerte de Fermín se produjo el 25 de septiembre, al parecer del año 303. El cuerpo del mártir fue abandonado sangrante sobre el suelo de la prisión a la espera de que Sebastián cumpliera sus propósitos de descuartizarlo y desparramarlo por los campos para que los cristianos no lo encontraran. Sin embargo, el senador Faustiniano, que años atrás había recibido a Fermín a su llegada a Amiens y había sido bautizado por éste, recogió secretamente los restos del santo obispo y los enterró en su sepulcro familiar de Abladene, próximo a Amiens, donde más tarde se levantaría la iglesia de Santa María de los Mártires, convertida después en la abadía de Saint Acheul.

CULTO A SAN FERMÍN

El culto a san Fermín se inició en Amiens, lugar de su martirio. La tradición habla del hallazgo de sus reliquias a comienzos del 615, siendo trasladadas el 13 de enero de ese mismo año a la catedral de Amiens bajo el pontificado de Salvio. En el siglo XII, el culto al santo adquirió gran esplendor y popularidad en la ciudad francesa. Según las Actas de la Iglesia de Amiens, este nuevo impulso se debió al obispo Godofredo, quien fue protagonista de una serie de acontecimientos extraordinarios que sirvieron para colocar al santo pamplonés en lugares de devoción no alcanzados hasta entonces. La devoción al santo obispo y mártir no ha dejado nunca de estar presente en la ciudad de Amiens que lo honra como su patrono.
En Pamplona, la ciudad donde la tradición fijó su nacimiento, no encontramos ningún testimonio sobre el culto a san Fermín hasta el siglo XII, concretamente el año 1186, cuando Pedro de París, obispo de esta sede, recibió de Amiens unas reliquias del cráneo del mártir. Parece que la devoción al santo extendida en aquel tiempo habría llegado de manos de los inmigrantes francos asentados en Pamplona. Su culto se intensificó en el siglo XVII, especialmente cuando el clero secular lo contrapuso a la devoción hacia san Francisco Javier, patrocinada por los jesuitas. La querella entre “ferministas” y “javieristas” quedó zanjada cuando el papa Alejandro VII proclamó, el 14 de abril de 1657, a san Fermín y a san Francisco Javier copatronos igualmente principales de la provincia española de Navarra. San Fermín es también patrono de la diócesis de Pamplona.
San Fermín ha sido celebrado en la liturgia en diferentes fechas: el día 13 de enero se recuerda el hallazgo de sus reliquias, el día 25 de septiembre se conmemora su martirio y el día 10 de octubre se festeja su entrada en Amiens. En la diócesis de Pamplona se introdujo una nueva celebración en 1591 cuando el obispo del lugar, Bernardo de Rojas y Sandoval, trasladó, a petición del pueblo, la fiesta del 10 de octubre al 7 de julio por ser más cálido el tiempo y para que coincidiera con la feria de ganado, que cada año tenía lugar del 29 de junio al 18 de julio. Y es este día, el 7 de julio, el más conocido por todos a pesar de que no guarda ninguna relación con las fechas significativas de la vida de san Fermín.

PARA REZAR


Señor, Dios nuestro,
que coronaste de inmortalidad al obispo san Fermín,
porque anunció tu palabra
y sostuvo el combate de la fe hasta el martirio,
concédenos que, quienes celebramos su triunfo,
alcancemos también su mismo premio.
(Propio de las diócesis de Pamplona y de Tudela)


Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno.
Tú, Pastor supremo,
no abandonas a tus hijos, que,
nacidos del mismo linaje y de la misma fe,
consolidó san Fermín con sus trabajos apostólicos,
alimentó con la palabra que engendra salvación,
y confirmó con el testimonio de su martirio.
Ahora, con tu poder, nos sigues protegiendo,
para que, santificados en la verdad
y fortalecidos en la unidad,
podamos recibir de ti
la plenitud de tu gloria.
(Propio de las diócesis de Pamplona y de Tudela)

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