En blog Rioja Alavesa
Hilo de luz de una vieja conversación con Barandiaran
En la primavera de 1982 mantuve una conversación con D. José Miguel Bioarandiaran, que 35 años después rescato de la arqueología del olvido; si bien nunca la olvidé.
Aquellas palabras me transportan hasta Rioja Alavesa cual si tirara de un hilo de luz.
Julio Flor*
Esta primavera se cumplen treinta y cinco años desde que conociera y entrevistara a Don José Miguel de Barandiaran para un trabajo de la Facultad de Periodismo. Del encuentro con aquel venerable anciano de 92 años (era marzo de 1982), permanece su humildad, su océano de conocimiento… Y un consejo: “No deje usted nunca de escribir –me dijo-. Yo pienso seguir haciéndolo hasta que Dios me lo permita”.
Hablamos en aquella entrevista de su etapa como seminarista en Vitoria y en Burgos, del exilio en Sara, de sus muchos libros e investigaciones, de prehistoria, de cultura vasca, del euskera, de mitología, de antropología… Hubo un momento en que el estudiante de periodismo que yo era quiso detener el tiempo. Habíamos acordado una conversación de hora y media que al final fueron dos horas gracias a su generosidad.
¡Fueron tantas las preguntas que se quedaron sin formular! No hablamos de Rioja Alavesa. Así que no pude preguntarle por los dólmenes en los que él había centrado algunas investigaciones. Sin embargo, recuerdo haber salido de aquel encuentro con la satisfacción de haber aprendido algo muy especial que aún debería procesar.
Cuando me dirigía en coche desde Portugalete hacia Ataun, me decía a mí mismo que por fin iba a conocer al patriarca de la cultura vasca, al más sabio de los antropólogos vascos. Horas después, cuando me despedí en el umbral de su casa de Don José Miguel y de su sobrina Pilar, me sentía impresionado por la fuerza y la inspiración de un hombre que a sus 92 años seguía escribiendo y publicando libros, un sacerdote que sobrevivía levantando acta de la vida y elaborando planes de futuro.
Puedo decir que aquel ser despertó en mí la gran curiosidad por el conocimiento humano. “Conocer al otro es empezar a conocernos a nosotros mismos”, recuerdo haber escrito sus palabras mientras las pronunciaba y quedaban grabadas en una de aquellas grabadoras de entonces.
Estaba abrumado. Nunca antes, y probablemente nunca después, alguien me había impresionado tanto con su humildad, con sus palabras serenas, dichas en castellano con un tono muy suave, delicado, musical casi, con un profundo acento vasco. Unas palabras que hablaban con hechos. Unas palabras con las que levantaba mundos del pasado, testimoniando una manera de ser y de vivir.
Preparando la entrevista, alguien me había contado que el joven seminarista Barandiaran hablaba únicamente en su juventud euskera y latín. Fue hermoso saber que Don José Miguel aprendería con el tiempo francés, inglés, alemán, italiano y, por supuesto, castellano, llegando a ser Académico de la Lengua Española, de igual manera que formaba parte de la Academia de la Lengua Vasca, Euskaltzaindia.
El tiempo se encarga, a veces, de despejar dudas, de ordenar la historia, de darle un contenido a los puntos suspensivos que deja el pasado o el presente para ser rellenados por el futuro. De esta manera, un día pude saber que Don José Miguel había escrito todos los días hasta cumplir cien años, en diciembre de 1989.
Ayer mismo, 22 de marzo de 2017, gracias al catedrático de Prehistoria de la UPV-EHU, Javier Fernández Eraso, conocí con certeza que el dolmen de San Martín es el dolmen que mejor representa en Rioja Alavesa a D. José Miguel de Barandiaran (a quien puede verse en la siguiente fotografía de Domingo Fernández Medrano).
Según me indica el profesor Fernández Eraso, ese fue el dolmen que Don José Miguel excavó en la Comarca. En San Martín, en territorio de Laguardia, se pudieron identificar dos momentos de ocupación diferentes, ”pues una losa había caído y separaba los enterramientos neolíticos de los calcolíticos”.
San Martín atesora una historia de, al menos, 5.000 años. Aquí se localizaron unas pequeñas estelas que han sido muy conocidas entre los estudiosos por encontrarse en este dolmen los “ídolos espátula” que se conocen hoy a nivel peninsular como tipo ‘San Martin’ o ‘Miradero’.
Recuerdo que le pregunté a Barandiaran cómo se sentía sabiendo que se le llamaba Aita Barandiaran. “Yo soy antropólogo, etnólogo, arqueólogo, soy abad, pero no soy aita. Es el único título que no tengo”. “Quizá –me atreví a sugerirle-, este pueblo sienta al llamarle Aita que usted es el padre del conocimiento y la cultura vasca y, por tanto, es de alguna manera el Padre del Pueblo Vasco”
Ni afirmó ni negó mi interpretación. Creo recordar que sonrió. Y luego me dijo, con unas palabras parecidas, algo que yo leí algunos años después. Algo que ya había sido escrito por él en 1974:
“El País Vasco no es solo una geografía, sino los hombres que lo habitan, un pueblo, y un pueblo que tiene naturalmente una historia, una historia antiquísima, tanto que no aparece en toda Europa ni una sola etnia que tenga contornos más claros que la vasca. Esto quiere decir que nosotros constituimos entre otras muchas clases de plantas y flores de que se compone un jardín, un género de flor o de planta diferente que tiene el derecho a la vida como las demás, no a mejores cuidados que las demás flores o plantas, pero sí a tantos cuidados como las demás, éste es un cuidado que nos está encomendado y más si hay alguien que quiere hacerla desaparecer para que se vea mejor otra flor cualquiera.Nosotros no pedimos que se corte ninguna flor, sino que dejen viva la nuestra”.
Esas fueron, más o menos, sus profundas palabras, pronunciadas de viva voz. Me pareció una lección magistral de Armonía, de Derechos Humanos, de Respeto e Identidad. Sentí que aquella era la síntesis de quien investigando al propio pueblo, encuentra qué hacer y cómo tratar al resto de los pueblos de la Tierra. Era de hecho una hermosa carta al Planeta y a la diversidad de sus habitantes. “Conocer al otro es empezar a conocernos a nosotros mismos”. Eso pensaba Aita Barandiaran, a quien varias universidades le han otorgado el doctorado honoris causa, así como el Gobierno Vasco le homenajeó con la Cruz del Árbol de Gernika.
Pilar dijo que las dos horas habían concluido. Paseamos un breve instante por el jardín anejo a la casa de Ataun, momento en el que aprovechó para preguntarme por la profesión que yo había elegido para el futuro, el periodismo. Don José Miguel me preguntó si para ser periodista hacía falta tener vocación…
Cuando deshice el camino hacía Portugalete, una frase sonaba en mi interior como un mantra de afecto. “No deje usted de escribir. Escriba todos los días”. Sepan que ese consejo lo he cumplido al pie de la letra, como si el periodismo fuera un sacerdocio. Una humilde vocación, querido Don José Miguel.
*Periodista. Escritor.
Fuente de la publicación :
https://blogriojaalavesa.eus/conversacion-con-barandiaran?fbclid=IwAR37Z5xWimxwDafS7ztPGJzLjGX4Flq6Q7Z93OARLxEAfniiy05aN8JsRBI
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