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miércoles, 21 de octubre de 2015

En NAVARRA.ES


El Gobierno foral concede la Medalla de Oro de Navarra al historiador y etnógrafo José María Jimeno Jurío (*)

miércoles, 21 de octubre de 2015



Con esta condecoración, a título póstumo, reconoce su aportación a la cultura navarra a través de sus trabajos históricos, etnográficos y toponímicos.


jimeno
Imagen del historiador Jimeno Jurío
El Gobierno de Navarra ha aprobado, en su sesión de hoy, un decreto foral por el que se concede la Medalla de Oro de Navarra, a título póstumo, a José María Jimeno Jurío (Artajona 1927- Pamplona 2002) por su aportación a la cultura de Navarra a través de sus trabajos históricos, etnográficos y toponímicos.
Según se indica en el decreto, Jimeno Jurío fue un “intelectual atípico e irrepetible”, del que destaca su prolífica producción científica no sólo en los ámbitos ya citados, sino también en el campo de la lengua y el folclore. Por esta labor recibió, a lo largo de su carrera, numerosos reconocimientos populares, culturales y académicos.
La Medalla de Oro de Navarra fue instituida por el Gobierno de Navarra en 1982 y constituye la condecoración más importante que se otorga a personas o entidades que destacan en la defensa, promoción y fomento de los valores característicos de Navarra. El galardón será entregado a los familiares del historiador el próximo 3 de diciembre, en el marco de los actos organizados para celebrar el Día de la Comunidad Foral.
Principales aportaciones
José María Jimeno Jurío estuvo profundamente influenciado por el antropólogo José Miguel de Barandiarán, Medalla de Oro de Navarra en 1989, influencia que le llevó a la investigación etnográfica y folclórica a finales de los años 70. Posteriormente, en los años 80 y 90, dirigió al grupo multidisciplinar que desarrolló el trabajo de recopilación de la toponimia de Navarra. Esta monumental obra de 60 tomos, que recibió el apoyo del Gobierno de Navarra, se ha convertido en herramienta de trabajo para historiadores, lingüistas, antropólogos, geógrafos, biólogos, arqueólogos, edafólogos y otros investigadores de diversas disciplinas.
En su faceta de historiador, Jimeno Jurío realizó una valiosa y novedosa tarea de recogida de datos y testimonios relacionados con la represión franquista, un material que luego ha servido de base a los principales trabajos de memoria histórica realizados en Navarra.
Asimismo es justo reconocer sus aportaciones al desarrollo de la historia local entendida como la memoria económica, política, social, lingüística y cultural de un municipio. En este sentido, Jimeno Jurío dejó su huella en innumerables poblaciones navarras.
José María Jimeno Jurío fue además un gran historiador del euskera, especialmente de su presencia en aquellos lugares de Navarra donde se dejó de hablar, y contribuyó con importantes aportaciones en este terreno.

Biografía de Jimeno Jurío
José María Jimeno Jurío nació en Artajona (Navarra) el 13 de mayo de 1927 y falleció en Pamplona el 3 de octubre de 2002.
En una primera etapa de su vida ingresó en el seminario de Pamplona y se dedicó a la enseñanza en el Instituto de Enseñanza Media y Profesional de Alsasua. En los años setenta, abandonó el sacerdocio y se centró en la producción científica que, en esa década y en la siguiente, fue especialmente fructífera en temas históricos, etnográficos y folclóricos. En aquellos años escribiría algunas de sus obras clásicas.
Muchas de sus investigaciones se publicaron en las revistas “El Miliario”, “Príncipe de Viana”, “Fontes Linguae Vasconum”, “Cuadernos de etnología y etnografía de Navarra” y otras. También difundió más de 40 diversos trabajos divulgativos sobre la historia, folclore y geografía de Navarra en la colección "Navarra. Temas de Cultura Popular".
En estos años destaca su investigación histórica sobre la batalla de Roncesvalles (“¿Dónde fue la batalla de Roncesvalles?”. Institución Príncipe de Viana, 1974) en la que concluye que el enfrentamiento tuvo lugar en la fosa meridional de Valcarlos y no en el camino alto entre Roncesvalles y San Juan de Pie de Puerto como se pensaba.
Ese mismo año publica su “Historia de Pamplona. Síntesis de una evolución” y, a partir de aquí, su interés se vuelca hacia temas más políticos. En 1977 aparece “Navarra jamás dijo no al Estatuto”, obra en la que sostiene que en 1932 no se respetó la voluntad de la mayoría de los ayuntamientos navarros partidarios del Estatuto Vasco cuadriprovincial. Su labor en este campo continuó con investigaciones relacionadas con los acontecimientos de 1936 en Navarra y las reivindicaciones autonómicas entre 1917-1919, trabajos que publicó en la revista Punto y Hora. En 1980, editó “Historia de Navarra. Desde los orígenes hasta nuestros días”.
Fue miembro de la Sociedad de Estudios Vascos (SEV), entidad de la que fue vicepresidente en 1984. La Academia de la Lengua Vasca le nombró académico de honor en 1991 en reconocimiento a las aportaciones realizadas al euskera con sus trabajos toponomásticos. En 1997, la fundación Sabino Arana le concedió el premio "Trayectoria de toda una vida", y en 1998 recibió el Premio Manuel Lekuona otorgado por la Sociedad de Estudios Vascos.
Medallas de Oro
Desde 1982, el Gobierno foral ha otorgado la Medalla de Oro de Navarra a las siguientes personas, instituciones y colectivos sociales:
1982: Su Santidad el Papa Juan Pablo II, que visitó Navarra ese año.
1984: José María Lacarra (historiador) y Julio Caro Baroja (historiador y etnógrafo).
1985: Asociación de Donantes de Sangre de Navarra.
1988: SS. MM. los Reyes de España, don Juan Carlos y doña Sofía, que ese año realizaron la primera visita oficial a la Comunidad Foral.
1989: P. José Miguel Barandiarán (paleontólogo y antropólogo) y Alfredo Floristán (geógrafo).
1990: Juan García Bacca (filósofo y ensayista) y orden de las Hermanas de la Caridad.
1991: Adriana Beaumont Galdúroz (esposa del empresario Félix Huarte, fundadora de la asociación Nuevo Futuro Navarra) y Ángel Martín Duque (historiador).
1992: Jorge Oteiza Embid (escultor y artista plástico).
1993: S.A.R. D. Juan de Borbón y Battemberg, fallecido ese año en Pamplona.
1994: Cáritas Diocesana.
1995: Medicus Mundi.
1996: D. Miguel Induráin Larraya (ciclista, pentacampeón del Tour de Francia).
1997: Universidad de Navarra.
1998: Colectivo de Misioneros Navarros.
1999: ANFAS.
2000: Colectivo de víctimas del terrorismo.
2001: Centro de Educación Secundaria de Salesianos.
2002: Diario de Navarra.
2003: Pablo Hermoso de Mendoza.
2004: Volkswagen Navarra.
2005: Centros navarros de Argentina y Chile.
2006: Casa Misericordia de Pamplona.
2007: Cruz Roja en Navarra.
2008: Confederación de Empresarios de Navarra (CEN), Unión General de Trabajadores (UGT) y Comisiones Obreras (CCOO).
2009: Unión de Agricultores y Ganaderos de Navarra (UAGN) y Unión de Cooperativas Agrarias de Navarra (UCAN).
2010: Orfeón Pamplonés.
2011: Asociaciones de Amigos del Camino de Santiago.
2012: Universidad Pública de Navarra (UPNA).
2013: Organización Nacional de Ciegos Españoles (ONCE)
2014: Impulsores del Programa de Promoción de Navarra de 1964

(*) Nota extraída de :  http://www.navarra.es/home_es/Actualidad/Sala+de+prensa/Noticias/2015/10/21/medalla+oro+navarra+jimeno+jurio.htm

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Para ampliar el conocimiento sobre José María Jimeno Jurío, la propuesta es leer un interesante artículo de Tomás Urzainqui Mina, publicado en ocasión de su muerte, bajo el título "Navarra te está agradecida". 
Se lo puede encontrar en : http://nabarralde.com/es/gogoeta/3413-navarra-te-esta-agradecida

martes, 13 de octubre de 2015

UN RECORRIDO POR LA HISTORIA DE LA LITERATURA VASCA.

Domingo de Aguirre Badiola
Domingo de Aguirre Badiola nació en Ondarroa, en el año 1864.

En el año 1888 se ordenó sacerdote. Con el tiempo, unió a ésta vocación la de escritor. Como tal, fue elegido como miembro de número de Euskaltzaindia, la Academia de la Lengua Vasca.

Gran parte de su obra fue escrita en euskera. Su única obra que conocemos en castellano, aparte de algunos pocos artículos y narraciones, es la Historia de Nuestra Señora de Iciar (1895).

En Larramendiren bizitzaren berri labur, comenta la vida y obra del euskarólogo Manuel de Larramendi.

Su obra abarca novelas, cuentos, leyendas, artículos, crónicas de viaje, poesías, etc. Fue colaborador de Euskal Erria, Euskalzale, Ibaizábal, Euskal-Esnalea, RIEV; Jaungoiko-zale, entre otras.

Su primera novela  se encuentra ambientada en el siglo VII y trata sobre la introducción del cristianismo en el pueblo vasco. Fue publicada en el año 1898 bajo el título  Auñemendiko Lorea.

Tiempo después publicó Kresala (1906). El relato en este caso se encontraba ubicado en un ambiente marinero y fue escrita en dialecto vizcaíno. Se destaca de ella su vigor. En el caso de Garoa (1912) se trata  también una novela costumbrista, aunque  en este caso estaba ubicada en el ambiente rural. Los estudiosos de su obra consideran que su estilo es depurado y rico.

La ilustración de la portada fue
relizada por Jon Zabalo "Txiki"


Larramendiren bizitzaren berri labur, fue dedicada en cambio a la vida y obra del euskarólogo Manuel de Larramendi. 

En Ni ta ni, aborda un tema histórico. Se trata de una novela histórica incompleta, publicada de manera parcial, en 1917, en Euskal - Esnalea. El tema abordado es el de las luchas banderizas entre onacinos y gamboinos.

 Tradujo la obra teatral La Flor de Larralde de Arturo Campion, publicada en euskera como Larraldeko Lorea .

En 1964, en conmemoración del centenario de su nacimiento, se publica una obra póstuma, bajo el título Ondarrak. En ella es posible hallar  páginas selectas de su obra.

En relación con su estilo es remarcable su intención por rescatar las costumbres del pueblo, incursionando para ello en novelas costumbristas. Fue ni más ni menos que Mitxelena quien dijo de Domingo de Aguirre Badiola que era un "magnífico pintor de costumbres y de caracteres”.

Murió prematuramente, en Zumaia, en el año 1920.






Propuesta de lectura (en euskera): en la colección Bidegileak es posible encontrar más información sobre Domingo de Aguirre. Se puede acceder a ella a través de la dirección: 
http://www.euskomedia.org/PDFAnlt/bidegileak/14_txomin-aguirre.pdf

domingo, 11 de octubre de 2015

PRESENTACIÓN DE LA EDITORIAL VASCA EKIN ~ EKIN ARGITALETXEA

LA EDITORIAL VASCA EKIN PRESENTE
EN EL VI CONGRESO MUNDIAL 
DE COLECTIVIDADES VASCAS

Vitoria - Gasteiz, 7 de octubre de 2015




María Elena Etcheverry de Irujo presentando su ponencia
(Foto Ediciones Euskal Erria)

Desde la organización del VI Congreso Mundial de Colectividades Vascas, fue invitada  la Editorial Vasca Ekin - Ekin Argitaletxea, a participar y presentar una ponencia. Responsable de hacerlo fue su directora, María Elena Etcheverry de Irujo

El espacio fue compartido con Ediciones Euskal Erria, editorial de Montevideo, Uruguay, vinculada a la asociación vasca del mismo nombre. La misma fue representada por los investigadores Alberto Irigoyen Artetxe y Xabier Irujo Amezaga. 

lunes, 5 de octubre de 2015

EUSKERA


LA REINA JUANA DE ALBRET 
Y EL EUSKERA


Durante el reinado de Juana de Albret, como reina de Nabarra, se llevó a cabo la traducción al euskera del Nuevo Testamento. 

La realización de tal tarea fue llevada a cabo por Joannes Leizarraga, a pedido de la propia reina. 

En unos días más, se cumplirá un año de que  un ejemplar de la edición original de esta obra, fuera entregado en guarda a la Biblioteca de Navarra. 

En vídeo que compartiremos a continuación, se refiere a este hecho, a la obra, a cuestiones relacionadas con la traducción al euskera y a la publicación de la misma, realizada en La Rochelle, en 1571. 




jueves, 1 de octubre de 2015

LOS VASCOS EN LA LITERATURA ARGENTINA

"LOS VASCOS" EN ALBERTO NOVIÓN


Alberto Novión, comparte el ser vasco por haber nacido en Baiona / Bayonne, en el territorio histórico de Lapurdi  y el haber desarrollado su obra en la Argentina, razón por la cual se lo considera una persona destacada de ella. 

Fue escritor de obras de teatro y zarzuelas, era vasco y nació en  Baiona / Bayonne,  territorio histórico de Lapurdi, en el año 1881. Luego,  junto con su familia se trasladó a Montevideo y finalmente se instaló en Buenos Aires.

El ambiente en que se formó y desarrolló como escritor nos remite necesariamente a un recuerdo: era primo del escritor y poeta Florencio Iriarte.

De su primera obra estrenada se desconoce el nombre aunque si es sabido que fue en 1904 y que en la actuación participó el reconocido autor Florencio Parravicini.  

Tiempo después estrenó en el Teatro Nacional, “Rosario”.  La siguiente fue “Jacinta”, que contó en su elenco con la interpretación de J. Podestá.

Su producción es  por demás extensa y variada y refleja de manera especial la vida de la gente humilde y  en el campo. Entre sus obras más reconocidas se encuentran “La Chusma” , “La Caravana”, “Don Giacumín” y “Don Chicho”.  Todas ellos corresponden a la etapa de transición entre el sainete y el grotesco criollo.

También son obras suyas, "Bendita seas", "En un burro tres baturros", "El vasco de Olavarría", "Misia Pancha la Brava", "El rincón de los caranchos", "Cuidado con los ladrones", "Cañuto Cañete conscripto del 7", "Don Chicho", "Yo ir a Mar del Plata", "La tapera", entre muchas otras. 

No llegó a ver el estreno de "El corazón en la mano", obra que llevó al escenario, en Paris, Luis Arata, en el año 1938.


Su obra “En un burro tres baturros” fue llevada al cine. A través de este enlace podremos verla, dividida en dos vídeos.





Para algunas de ellas escribió versos y tangos. Así nacieron “Pavadas”, “Tierra mía” y “El tango de la muerte”. Esto lo acercó a los cantantes de tango de la época.

Así mismo podremos escuchar “El Tango de la Muerte” en la voz de Carlos Gardel.



El 25 de noviembre de 1937 murió en Buenos Aires. 

Para finalizar compartiremos a continuación un texto muy interesante, extraído de “Inmigración y Literatura: los vascos” en los que su autora, la investigadora María González Rouco,  se refiere a Alberto Novión y su obra "El Vasco de Olavarria" :


“Alberto Novión,  (…) ha creado varios personajes inmigrantes; recordemos a los italianos en La cantina y Primeros fríos. Para lo comedia en tres actos presentada en el Politeama, se inclinó por un vasco, al que dota de muchas condiciones buenas y pocos defectos.

La anécdota es escueta y sabrosa: un hombre vive con su mujer y su hijo en Buenos Aires. Su hermana, a quien hace veinte años que no ve, le anuncia que irá a visitarlo. Viene del campo, de Olavarría, donde vive con su marido vasco y sus dos hijos. La visita de los parientes causa desagrado a la cuñada, quien espera lo peor de esta familia, a la que supone grosera y rústica. Más tarde, se dará cuenta de que estaba prejuzgando, y tendrá que aceptar que su hijo, estudiante de Abogacía con pretensiones de diplomático, se case con la prima del campo.

La cuñada del vasco pregunta a su marido cómo ha hecho este hombre para juntar tanto dinero. El marido le responde: "como tantos otros, la mayoría de nuestros vascos, trabajando honradamente. Este es de los buenos, de los grandes y fuertes, porque sabe romper la tierra, tirar el grano y mirar de frente al sol.".

Novión  alude también al empecinamiento del inmigrante, quien afirma: "cuando a un vasco se le pone algo en la cabeza, no hay familia, razones, ni el demonio a cuatro, que lo haga salir del camino que ha agarrao...". Quizás en esta fortaleza de carácter radique su posibilidad de prosperar en un país hospitalario. La mujer del vasco coincide con él en que es empecinado, pero se lo dice con un sentido reprobador: "los vascos, por más macanas que hagan tienen razón". Es risueña la imagen que aporta el hijo de ambos, quien asevera que cuando "el viejo hace una macana, aunque le peguen en el suelo no da su brazo a torcer". El vasco está orgulloso de ser quien es y, cuando lo desairan, dice que se lo han hecho a él, "al vasco de Olavarría, que tiene nada más que pegar una patada en el suelo y salen todos disparando como en Cagancha".

Pero el vasco, así como es tenaz y arrogante, es también un hombre sensible. Por boca de su hija sabemos cuánto echa de menos su tierra de origen: "papá -dice la joven-, a pesar de que ya está viejo y que ha formado en esta tierra su hogar, su hogar, su fortuna, su tranquilidad; viera Ud. cuántas veces lo he sorprendido cantando bajito los aires de su tierra natal, y cuántos suspiros, mensajeros de muchos besos, han ido desde sus labios hasta sus montañas, para morir en los muros de su casa, allá en la aldea de la falda"



Novión nos da la posibilidad de conocer la compleja relación que se dio entre nativos e inmigrantes y, en esta pieza en particular, entre citadinos y campesinos, pues en ella se advierten resonancias del "menosprecio de corte y alabanza de aldea" que tantas páginas motivó en la literatura de diversas épocas.”

domingo, 27 de septiembre de 2015

LOS VASCOS EN LA LITERATURA ARGENTINA

LOS  VASCOS  EN 
LEOPOLDO  LUGONES




En esta ocasión veremos la referencia que hace a los vascos el escritor argentino de novelas, poesía, ensayos y cuentos, Leopoldo Lugones. 

Para ubicarnos espacial  y temporalmente, diremos que nació el 13 de junio de 1874 en la ciudad cordobesa de  Villa María del Río Seco,  y murió el 18 de febrero de 1938, en la localidad bonaerense de Tigre. 




Imágenes antiguas de lecheros
en el centro de Buenos Aires












En su "Oda a los ganados y las mieses" canta al vasco vendedor de leche, que como ya vimos en la nota anterior, era la actividad con que se asociaba por aquel entonces a los inmigrantes provenientes de Euskal Herria 

En ella dice: 


 ¡ Oh alegre vasco matinal, que hacía
Con su jamelgo hirsuto y con su boina
La entrada del suburbio adormecido
Bajo la aguda escarcha de la aurora ! 
Replicaba en los tarros abollados
Su eclógico pregón de leche gorda, 
Y con su rizo de humo iba la pipa
Temprana, bailándole en la boca, 
Mezclada a la quejumbre del zorzico
Que gemía una ausencia de zampoñas. 
Su Cuarta liberal tenía llapa, 
Y su mano leal y generosa, 
Prorrogaba ka cuenta de los pobres
Marcando tarjas en sus puertas toscas. 

miércoles, 23 de septiembre de 2015

EN EL DÍA DE LAS BIBLIOTECAS POPULARES 


La Torre de Babel de Libros,
Buenos Aires, año 2011


Cada 23 de septiembre se celebra  en la Argentina el Día de las Bibliotecas Populares. 

Fue precisamente un día como el de hoy, en el año 1870, que se promulgó la Ley N.º 419, que establecía la creación de la Comisión Protectora de Bibliotecas Populares (actual CONABIP). 

La iniciativa, fue impulsada por Domingo Faustino Sarmiento, y tenía como fin el desarrollo de estas instituciones, con el fin de difundir el libro y la cultura.

En la actualidad existen en el país más de 2000 bibliotecas populares.

Como celebración de este día les proponemos la lectura de un cuento de Jorge Luis Borges.



La biblioteca de Babel

(El jardín de senderos que se bifurcan (1941; Ficciones, 1944)

By this art you may contemplate the variation of the 23 letters...

The Anathomy of Melancholy,part. 2, sec.
      ii, mem. iv


      El UNIVERSO (que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio, cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente. 

         La distribución de las galerías es invariable. Veinte anaqueles, a cinco largos anaqueles por lado, cubren todos los lados menos dos; su altura, que es la de los pisos, excede apenas la de un bibliotecario normal. Una de las caras libres da a un angosto zaguán, que desemboca en otra galería, idéntica a la primera y a todas. A izquierda y a derecha del zaguán hay dos gabinetes minúsculos.

         Uno permite dormir de pie; otro, satisfacer las necesidades finales. Por ahí pasa la escalera espiral, que se abisma y se eleva hacia lo remoto. En el zaguán hay un espejo, que fielmente duplica las apariencias. Los hombres suelen inferir de ese espejo que la Biblioteca no es infinita (si lo fuera realmente ¿a qué esa duplicación ilusoria?); yo prefiero soñar que las superficies bruñidas figuran y prometen el infinito... La luz procede de unas frutas esféricas que llevan el nombre de lámparas. Hay dos en cada hexágono: transversales. La luz que emiten es insuficiente, incesante.

         Como todos los hombres de la Biblioteca, he viajado en mi juventud; he peregrinado en busca de un libro, acaso del catálogo de catálogos; ahora que mis ojos casi no pueden descifrar lo que escribo, me preparo a morir a unas pocas leguas del hexágono en que nací. Muerto, no faltarán manos piadosas que me tiren por la baranda; mi sepultura será el aire insondable; mi cuerpo se hundirá largamente y se corromperá y disolverá en el viento engendrado por la caída, que es infinita. 

         Yo afirmo que la Biblioteca es interminable. Los idealistas arguyen que las salas hexagonales son una forma necesaria del espacio absoluto o, por lo menos, de nuestra intuición del espacio. Razonan que es inconcebible una sala triangular o pentagonal. (Los místicos pretenden que el éxtasis les revela una cámara circular con un gran libro circular de lomo continuo, que da toda la vuelta de las paredes; pero su testimonio es sospechoso; sus palabras, oscuras. Ese libro cíclico es Dios.) Básteme, por ahora, repetir el dictamen clásico: La Biblioteca es una esfera cuyo centro cabal es cualquier hexágono, cuya circunferencia es inaccesible.

         A cada uno de los muros de cada hexágono corresponden cinco anaqueles; cada anaquel encierra treinta y dos libros de formato uniforme; cada libro es de cuatrocientas diez páginas; cada página, de cuarenta renglones; cada renglón, de unas ochenta letras de color negro. También hay letras en el dorso de cada libro; esas letras no indican o prefiguran lo que dirán las páginas. Sé que esa inconexión, alguna vez, pareció misteriosa. Antes de resumir la solución (cuyo descubrimiento, a pesar de sus trágicas proyecciones, es quizá el hecho capital de la historia) quiero rememorar algunos axiomas.

         El primero: La Biblioteca existe ab aeterno. De esa verdad cuyo colorario inmediato es la eternidad futura del mundo, ninguna mente razonable puede dudar. El hombre, el imperfecto bibliotecario, puede ser obra del azar o de los demiurgos malévolos; el universo, con su elegante dotación de anaqueles, de tomos enigmáticos, de infatigables escaleras para el viajero y de letrinas para el bibliotecario sentado, sólo puede ser obra de un dios. Para percibir la distancia que hay entre lo divino y lo humano, basta comparar estos rudos símbolos trémulos que mi falible mano garabatea en la tapa de un libro, con las letras orgánicas del interior: puntuales, delicadas, negrísimas, inimitablemente simétricas.

         El segundo: El número de símbolos ortográficos es veinticinco. Esa comprobación permitió, hace trescientos años, formular una teoría general de la Biblioteca y resolver satisfactoriamente el problema que ninguna conjetura había descifrado: la naturaleza informe y caótica de casi todos los libros. Uno, que mi padre vio en un hexágono del circuito quince noventa y cuatro, constaba de las letras MCV perversamente repetidas desde el renglón primero hasta el último. Otro (muy consultado en esta zona) es un mero laberinto de letras, pero la página penúltima dice Oh tiempo tus pirámides. Ya se sabe: por una línea razonable o una recta noticia hay leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias. (Yo sé de una región cerril cuyos bibliotecarios repudian la supersticiosa y vana costumbre de buscar sentido en los libros y la equiparan a la de buscarlo en los sueños o en las líneas caóticas de la mano... Admiten que los inventores de la escritura imitaron los veinticinco símbolos naturales, pero sostienen que esa aplicación es casual y que los libros nada significan en sí. Ese dictamen, ya veremos no es del todo falaz.)

         Durante mucho tiempo se creyó que esos libros impenetrables correspondían a lenguas pretéritas o remotas. Es verdad que los hombres más antiguos, los primeros bibliotecarios, usaban un lenguaje asaz diferente del que hablamos ahora; es verdad que unas millas a la derecha la lengua es dialectal y que noventa pisos más arriba, es incomprensible. Todo eso, lo repito, es verdad, pero cuatrocientas diez páginas de inalterables M C V no pueden corresponder a ningún idioma, por dialectal o rudimentario que sea. Algunos insinuaron que cada letra podia influir en la subsiguiente y que el valor de MCV en la tercera línea de la página 71 no era el que puede tener la misma serie en otra posición de otra página, pero esa vaga tesis no prosperó. Otros pensaron en criptografías; universalmente esa conjetura ha sido aceptada, aunque no en el sentido en que la formularon sus inventores.

Hace quinientos años, el jefe de un hexágono superior[2] dio con un libro tan confuso como los otros, pero que tenía casi dos hojas de líneas homogéneas. Mostró su hallazgo a un descifrador ambulante, que le dijo que estaban redactadas en portugués; otros le dijeron que en yiddish. Antes de un siglo pudo establecerse el idioma: un dialecto samoyedo-lituano del guaraní, con inflexiones de árabe clásico. 

         También se descifró el contenido: nociones de análisis combinatorio, ilustradas por ejemplos de variaciones con repetición ilimitada. Esos ejemplos permitieron que un bibliotecario de genio descubriera la ley fundamental de la Biblioteca. Este pensador observó que todos los libros, por diversos que sean, constan de elementos iguales: el espacio, el punto, la coma, las veintidós letras del alfabeto. También alegó un hecho que todos los viajeros han confirmado:No hay en la vasta Biblioteca, dos libros idénticos. 

         De esas premisas incontrovertibles dedujo que la Biblioteca es total y que sus anaqueles registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos (número, aunque vastísimo, no infinito) o sea todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas. Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia de esos catálogos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico de Basilides, el comentario de ese evangelio, el comentario del comentario de ese evangelio, la relación verídica de tu muerte, la versión de cada libro a todas las lenguas, las interpolaciones de cada libro en todos los libros, el tratado que Beda pudo escribir (y no escribió) sobre la mitología de los sajones, los libros perdidos de Tácito.

         Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto. No había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera: en algún hexágono. El universo estaba justificado, el universo bruscamente usurpó las dimensiones ilimitadas de la esperanza. En aquel tiempo se habló mucho de las Vindicaciones: libros de apología y de profecía, que para siempre vindicaban los actos de cada hombre del universo y guardaban arcanos prodigiosos para su porvenir. Miles de codiciosos abandonaron el dulce hexágono natal y se lanzaron escaleras arriba, urgidos por el vano propósito de encontrar su Vindicación. Esos peregrinos disputaban en los corredores estrechos, proferían oscuras maldiciones, se estrangulaban en las escaleras divinas, arrojaban los libros engañosos al fondo de los túneles, morían despeñados por los hombres de regiones remotas. Otros se enloquecieron... Las Vindicaciones existen (yo he visto dos que se refieren a personas del porvenir, a personas acaso no imaginarias) pero los buscadores no recordaban que la posibilidad de que un hombre encuentre la suya, o alguna pérfida variación de la suya, es computable en cero.

         También se esperó entonces la aclaración de los misterios básicos de la humanidad: el origen de la Biblioteca y del tiempo. Es verosímil que esos graves misterios puedan explicarse en palabras: si no basta el lenguaje de los filósofos, la multiforme Biblioteca habrá producido el idioma inaudito que se requiere y los vocabularios y gramáticas de ese idioma. Hace ya cuatro siglos que los hombres fatigan los hexágonos... Hay buscadores oficiales,inquisidores. Yo los he visto en el desempeño de su función: llegan siempre rendidos; hablan de una escalera sin peldaños que casi los mató; hablan de galerías y de escaleras con el bibliotecario; alguna vez, toman el libro más cercano y lo hojean, en busca de palabras infames. Visiblemente, nadie espera descubrir nada.

         A la desaforada esperanza, sucedió, como es natural, una depresión excesiva. La certidumbre de que algún anaquel en algún hexágono encerraba libros preciosos y de que esos libros preciosos eran inaccesibles, pareció casi intolerable. Una secta blasfema sugirió que cesaran las buscas y que todos los hombres barajaran letras y símbolos, hasta construir, mediante un improbable don del azar, esos libros canónicos. Las autoridades se vieron obligadas a promulgar órdenes severas. La secta desapareció, pero en mi niñez he visto hombres viejos que largamente se ocultaban en las letrinas, con unos discos de metal en un cubilete prohibido, y débilmente remedaban el divino desorden.

         Otros, inversamente, creyeron que lo primordial era eliminar las obras inútiles. Invadían los hexágonos, exhibían credenciales no siempre falsas, hojeaban con fastidio un volumen y condenaban anaqueles enteros: a su furor higiénico, ascético, se debe la insensata perdición de millones de libros. Su nombre es execrado, pero quienes deploran los "tesoros" que su frenesí destruyó, negligen dos hechos notorios. Uno: la Biblioteca es tan enorme que toda reducción de origen humano resulta infinitesimal. Otro: cada ejemplar es único, irreemplazable, pero (como la Biblioteca es total) hay siempre varios centenares de miles de facsímiles imperfectos: de obras que no difieren sino por una letra o por una coma. Contra la opinión general, me atrevo a suponer que las consecuencias de las depredaciones cometidas por los Purificadores, han sido exageradas por el horror que esos fanáticos provocaron. Los urgía el delirio de conquistar los libros del Hexágono Carmesí: libros de formato menor que los naturales; omnipotentes, ilustrados y mágicos.

         También sabemos de otra superstición de aquel tiempo: la del Hombre del Libro. En algún anaquel de algún hexágono (razonaron los hombres) debe existir un libro que sea la cifra y el compendio perfecto de todos los demás:algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a un dios. En el lenguaje de esta zona persisten aún vestigios del culto de ese funcionario remoto. Muchos peregrinaron en busca de Él. 

         Durante un siglo fatigaron en vano los más diversos rumbos. ¿Cómo localizar el venerado hexágono secreto que lo hospedaba? Alguien propuso un método regresivo: Para localizar el libro A, consultar previamente un libro B que indique el sitio de A; para localizar el libro B, consultar previamente un libro C, y así hasta lo infinito... En aventuras de ésas, he prodigado y consumido mis años. No me parece ínverosímil que en algún anaquel del universo haya un libro total[3]; ruego a los dioses ignorados que un hombre—¡uno solo, aunque sea, hace miles de años!—lo haya examinado y leído. Si el honor y la sabiduría y la felicidad no son para mí, que sean para otros. Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que en un instante, en un ser, Tu enorme Biblioteca se justifique.

         Afirman los impíos que el disparate es normal en la Biblioteca y que lo razonable (y aun la humilde y pura coherencia) es una casi milagrosa excepción. Hablan (lo sé) de "la Biblioteca febril, cuyos azarosos volúmenes corren el incesante albur de cambiarse en otros y que todo lo afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira". Esas palabras que no sólo denuncian el desorden sino que lo ejemplifican también, notoriamente prueban su gusto pésimo y su desesperada ignorancia. 

         En efecto, la Biblioteca incluye todas las estructuras verbales, todas las variaciones que permiten los veinticinco símbolos ortográficos, pero no un solo disparate absoluto. Inútil observar que el mejor volumen de los muchos hexágonos que administro se titula Trueno peinado, y otro El calambre de yeso y otro Axaxaxas mlö. Esas proposiciones, a primera vista incoherentes, sin duda son capaces de una justificación criptográfica o alegórica; esa justificación es verbal y, ex hypothesi, ya figura en la Biblioteca. No puedo combinar unos caracteres

                                                              dhcmrlchtdj

         que la divina Biblioteca no haya previsto y que en alguna de sus lenguas secretas no encierren un terrible sentido. Nadie puede articular una sílaba que no esté llena de ternuras y de temores; que no sea en alguno de esos lenguajes el nombre poderoso de un dios. Hablar es incurrir en tautologías. Esta epístola inútil y palabrera ya existe en uno de los treinta volúmenes de los cinco anaqueles de uno de los incontables hexágonos—y también su refutación. (Un número n de lenguajes posibles usa el mismo vocabulario; en algunos, el símbolo biblioteca admite la correcta definición ubicuo y perdurable sistema de galerías hexagonales, pero biblioteca es pan o pirámide o cualquier otra cosa, y las siete palabras que la definen tienen otro valor. Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?).

         La escritura metódica me distrae de la presente condición de los hombres. La certidumbre de que todo está escrito nos anula o nos afantasma. Yo conozco distritos en que los jóvenes se prosternan ante los libros y besan con barbarie las páginas, pero no saben descifrar una sola letra. Las epidemias, las discordias heréticas, las peregrinaciones que inevitablemente degeneran en bandolerismo, han diezmado la población. Creo haber mencionado los suicidios, cada año más frecuentes. Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana—la única— está por extinguirse y que la Biblioteca perdurará: iluminada, solitaria, infinita, perfectamente inmóvil, armada de volúmenes preciosos, inútil, incorruptible, secreta.

         Acabo de escribir infinita. No he interpolado ese adjetivo por una costumbre retórica; digo que no es ilógico pensar que el mundo es infinito. Quienes lo juzgan limitado, postulan que en lugares remotos los corredores y escaleras y hexágonos pueden inconcebiblemente cesar—lo cual es absurdo. Quienes lo imaginan sin límites, olvidan que los tiene el número posible de libros. Yo me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza.

Mar del Plata, 1941