Por Xabier Irujo
Fueron 450 las personas que fallecieron bajo los escombros en el
refugio de Andra Mari durante el bombardeo de Gernika, por mucho que fuentes
del régimen franquista limitaran las víctimas a 45
La pronta utilización en Otxandio de la aviación como arma
de terror por parte de Ángel Salas Larrazabal, el 22 de julio de 1936, motivó
que tras su constitución en octubre de 1936 el Gobierno vasco decretara la
construcción de refugios antiaéreos en todas las poblaciones vascas, aunque
muchas de ellas, como la propia Gernika, no tuvieran ningún interés militar o
estratégico.
José Labauria,
alcalde de Gernika, confirmó que se construyeron seis refugios municipales y
que existían muchos otros privados. Otros seis refugios estaban en vías de
construcción en abril de 1937. Tal como afirmó Castor Uriarte, arquitecto
municipal de Gernika y responsable de la construcción de los refugios públicos,
dotado de dos entradas por Artekale y Barrenkale, el refugio de Andra Mari
tenía cuarenta metros de largo y era tan ancho como la propia calle, que
podemos estimar en un mínimo de 3,65 metros, de modo que el dicho refugio tenía
un área total de al menos 146 metros cuadrados. Como en otros refugios, los
troncos de pino utilizados como pilares eran de 2,5 metros de altura y unos 35
centímetros de diámetro. Las vigas eran del mismo diámetro. Uriarte ordenó
construir unas traviesas de pino, que apoyadas en los gruesos muros de piedra
de las fachadas opuestas de la calle de Andra Mari, sustentarían el techo de
dicho refugio consistente en cinco placas de acero de cinco milímetros cada una
y, sobre estas, dos capas de sacos de arena.
Pero las planchas de metal no llegaron a tiempo, por lo que el
26 de abril la única protección que el refugio de Andra Mari ofrecía era la de
la techumbre de sacos terreros.
Tal como expresó Labauria, quien ordenó la construcción de dicho
refugio, este tenía capacidad para albergar a 450 personas. Era posiblemente el
mayor de los refugios de la villa. Sebastián Uria, uno de los pocos
supervivientes de dicho refugio, afirmó que “[el refugio de Andra Mari] estaba
abarrotado de gente. Estaban de pie, como sardinas en lata”. Esto mismo
testificaron Juan Ibai y Uxua Makazaga, quienes buscaron refugio en Andra Mari
pero, al no poder entrar por la cantidad de gente que allí había, tuvieron que
dirigirse a otro refugio.
Teniendo
en cuenta que se trató de un bombardeo de terror cuyo objetivo era provocar el
mayor grado de destrucción, el núcleo urbano de la villa y no el polígono
industrial fue la única zona castigada por las bombas. Durante el bombardeo
cayeron directamente sobre el refugio de Andra Mari al menos dos bombas de 250
kilogramos Aparte de estos dos impactos directos cayeron sobre el núcleo urbano
de Gernika hasta un total de 41 toneladas de bombas destructoras de 50
kilogramos e incendiarias.
La
velocidad de crucero de los Junker Ju52 era de unos 190 km/h, de modo que,
volando a 800 metros, los bombarderos tuvieron que soltar su carga 674 metros
antes de llegar al núcleo urbano. Las bombas de 250 kilogramos tardarían unos
14 segundos en impactar y lo harían a una velocidad de 450 kilómetros por hora.
A esa velocidad estas bombas eran capaces de horadar hasta seis plantas en un
edificio antiguo con estructura interior de madera, “penetrando en los
edificios como cuchillos”. En calles estrechas el efecto de las bombas era aún
mayor debido a la presión del aire expelido por la deflagración razón por la
que los refugios construidos en los sótanos quedaban a menudo enterrados bajo
los escombros. Además, tenían espoleta de efecto retardado, utilizadas
preferentemente para bombardeos a baja altura como el de aquel día. La idea era
activar un efecto retardado de uno o dos segundos a fin de dar tiempo a la
bomba a explotar una vez hubiera atravesado totalmente un edificio de tres
plantas. Al explotar a nivel de suelo, el efecto destructivo de la explosión en
el conjunto de la edificación era mucho mayor.
ENTERRADOS
VIVOS. Como resultado de la deflagración, la techumbre de sacos así como
la estructura de madera que la sustentaba se derrumbó sobre las víctimas desde
una altura de tres pisos. Junto con todo este material, también se derrumbó
sobre estas personas parte de las fachadas a ambos lados de la calle. Aquellos
que sobrevivieron a la detonación y al derrumbamiento del refugio, fueron
enterrados vivos bajos miles de kilos de escombros. A un mismo tiempo, el fuego
provocado por las bombas incendiarias fue progresivamente avanzando sobre
las ruinas del refugio, matando a los supervivientes por asfixia o
incinerándolos vivos, bajo tierra. Labauria, que estuvo sobre el refugio
procurando rescatar a personas con vida, afirmó sin ambages que “los que
estaban en el refugio situado entre Artekale y Barrenkale (cabían en él unas
450 personas) fueron muertos todos, a consecuencia de una bomba que cayó en la
carnicería Ribera y derribó el edificio a cuyo costado estaba adosado el refugio,
desplomándose este sobre los allí refugiados”. Joxe Iturria, que también estuvo
sobre dicho refugio procurando salvar a los supervivientes, afirmó asimismo que
allí murieron unas 500 personas, todos los que quedaron enterrados bajo las
ruinas.
Mercedes
Irala describió el trabajo de los gudaris y voluntarios sobre las ruinas del
refugio y los gudaris Joseba Elosegi y Sabin Apraiz confirmaron que el fuego se
extendió antes de que pudiesen terminar de desescombrar, cuando aún se oían
gritos provenientes de entre las ruinas en diversas partes del centro urbano.
El testimonio de Federico Iraeta es desgarrador: “Entonces empecé a mirar por
todos los refugios donde aún se oía a la gente y se sabía que seguían vivos.
Fui al refugio de Andra Mari y comencé a buscar entre los escombros. Entonces
vi que algo que se movía. Eran unas piernas humanas. Parecían las piernas de
una niña. El resto del cuerpo quedó atrapado bajo enormes montones de piedra y
ladrillo. Era imposible hacer nada. Cuando me di cuenta de todo esto, me di la
vuelta y eché a correr. No podía seguir la búsqueda. No podía soportarlo más.
No comí ni dormí durante tres días”.
Los
gudaris José Ramón Urtiaga y Kaxtor Amunarriz así como Carmen Zabaljauregi y
Francisca Arriaga confirmaron que aún al día siguiente no se había podido
desescombrar el refugio de Andra Mari, ni por tanto rescatar a los
supervivientes y que aún era posible oír los gritos de las personas enterradas
bajo los escombros. Según el testimonio de María Medinabeitia, cuya madre murió
en el refugio de Andra Mari sin que su cuerpo fuera nunca recuperado, en dicho
refugio perdieron la vida todos excepto un niño.
No
obstante todo esto, se ha repetido hasta la saciedad que en el refugio de Andra
Mari perdieron la vida 45 personas. La razón de este número se encuentra en el
testimonio de Jesús María Obieta, del 13 de julio de 1937, incluido en el
Informe Herrán, quien afirmó que “en un refugio sin nombre se encontraron 45
cadáveres”. Esto no significa que perdiesen la vida 45 personas, sino que
fueron rescatados 45 cuerpos sin vida. Obieta no se refiere al refugio de Andra
Mari, que era uno de los pocos refugios con nombre, sino, obviamente, a otro
refugio, uno que no tenía nombre. Por último, es preciso tener en cuenta que el
Informe Herrán es un panfleto propagandístico del régimen franquista, publicado
únicamente en inglés para ser distribuido en el Reino Unido en el cual se
concluye que la destrucción de Gernika se debió a la tea incendiaria de los
gudaris en retirada.
TRADUCCIÓN
EQUÍVOCA. Más concretamente, el origen de la confusión parte de una
traducción equívoca de Jesús Salas. En las tres ediciones de su libro sobre el
bombardeo de Gernika este autor traduce el original inglés de la página 24 del
referido panfleto de 1937 que literalmente dice “in a certain unnamed shelter
were found forty-five dead persons” como “en un refugio sin terminar se
encontraron 45 muertos” (página 196 de la edición de su obra de 1987). Una
forma ciertamente sutil de mentir. Salas era perfectamente consciente de que
traduciendo “sin nombre” por “sin terminar” induciría al lector a identificar
este refugio con el de Andra Mari ya que, si bien no era el único refugio sin
terminar en abril de 1937, era el mayor de todos y al cual todos hacían
referencia como inacabado. Y así ha sido: numerosos autores han manifestado,
sin ser conscientes de todo lo anterior que “en Andra Mari murieron 45 personas”.
Para más
inri, en abierta contradicción con el testimonio de Obieta, que repito está
incluido en el propio Informe Herrán de 1937, este opúsculo documenta en las
páginas 51 a 54 la recuperación de tan sólo 22 cuerpos sin vida del refugio de
Andra Mari, de los cuales sólo cinco pudieron ser identificados y sabemos que
uno de ellos, Felipe Bastarretxea, no murió en Andra Mari.
Al
margen de la naturaleza, falta de coherencia y dudosa credibilidad del Informe
Herrán, afirmar que en dicho refugio perdieron la vida 45 personas es
totalmente irracional. Significaría afirmar que la inmensa mayoría de las
personas de un refugio que tenía por única protección una techumbre hecha de
vigas de madera y sacos de arena, que sufrió el impacto directo de dos bombas de
250 kilogramos y muchas otras de 50 kilogramos sobrevivió al estallido.
Significaría, asimismo, aceptar que sobrevivieron también al subsecuente
derrumbamiento del techo de dicho refugio y de parte de las fachadas de los
edificios de alrededor, que se desplomaron sobre dichas personas. Y,
finalmente, significaría, asimismo, que, tras haber sido enterradas,
sobrevivieron al fuego que devoró las ruinas y, fundamentalmente, que lograron
salir de debajo de las ruinas con vida sin que el escombro fuese retirado al
menos hasta meses después de aquel 26 de abril.
Desde un
punto de vista historiográfico es incorrecto manipular las fuentes históricas.
Asimismo, es sumamente impropio omitir testimonios, adulterar traducciones,
utilizar fuentes de patente ideología falangista sin contrastarlas debidamente
y, fundamentalmente, descalificar sin motivo ni razonamiento científico alguno
a los testigos presenciales que como José Labauria, Joxe Iturria y María
Medinabeitia testificaron que allí murieron más de 450 personas.
Reducir
de este modo tan prosaico el cómputo de víctimas mortales con el fin de
desfigurar la naturaleza y reducir la dimensión material del bombardeo de
Gernika trasciende con mucho el terreno de lo historiográfico: es éticamente
reprobable.
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