Por Xabier
Irujo
Los reporteros
internacionales George Steer, Mathieu Corman y Noel Monks volvieron a Gernika
un día después del bombardeo para comprobar el horror del ataque fascista
"Esa noche me senté fuera y podía ver toda la villa de Gernika y
los fuegos que cada vez eran más grandes. Mi padre estaba sentado en la campa
que había sobre la casa, observando el fuego. Me senté a su lado. Vimos las
llamas crecer constantemente, ascendiendo hacia el cielo. Pero mi padre no dijo
nada hasta que la luna empezó a salir por detrás de los montes. Hoy la
luna será roja, dijo. Miré a la luna y después me detuve de nuevo
observando los fuegos. Estuvimos sentados allí durante mucho tiempo y éste es
uno de los últimos recuerdos que tengo de él. Murió dos meses después. Los
fuegos todavía ardían cuando nos acostamos. Y la luna estaba roja".
Así recordaba Pedro Gezuraga aquella noche.
La mañana del 27 de abril, mientras desayunaban
en el Hotel Carlton, los reporteros internacionales que habían estado en
Gernika escuchaban Radio Sevilla. Para su sorpresa, desde Burgos y
también desde Roma y Berlín se negó que Gernika había sido bombardeada. Y,
recordaba Noel Monks, "luego cayó la última gota, ésta para mí. Estábamos
sentados alrededor de una radio en la sede de la presidencia escuchando al general
Queipo de Llano haciendo una de sus viles referencias a las mujeres de Madrid,
diciéndoles, en detalle, lo que podían esperar de los moros. De pronto pasó a
Gernika. "Ese señor Monks", dijo con voz ronca, "no creo lo que
ha escrito de Gernika. Todo el tiempo que estuvo con nuestras fuerzas estaba
borracho".
Los reporteros no le dieron importancia, pero a
los pocos minutos Monks recibió una llamada de Londres. Era el director
del Daily Express, Lord Beaverbrook: "Queipo de Llano dice que
los rojos dinamitaron Gernika en su retirada. Por favor, verificar lo
más pronto posible. Por favor, ¡verificar! Aquello sentó como una
bomba. Nos trataron de desacreditar como mentirosos", escribió Monks.
Y los tres reporteros, George Steer, Mathieu
Corman y Noel Monks volvieron a Gernika al amanecer. La villa estaba gris y
nublada y los focos de fuego humeante aún ardían. Tardarían tres días en ser
sofocados. Monks había sido reportero en la Guerra de Abisinia, pero lo que vio
aquella mañana sombría le impactó para el resto de su vida. Cadáveres mutilados
y desgarrados, algunos quemados, otros acribillados por las balas, Gernika
estaba impregnada de un terrible olor a carne calcinada. "Un espectáculo
que me acosó durante semanas –escribiría posteriormente– fue el de los cuerpos
carbonizados de cincuenta mujeres y niños amontonados en lo que había sido el
sótano de una casa".
Tal como señaló el gudari Juan Sistiaga, aquella
mañana, lo más duro para la gente era no saber si sus familiares estaban vivos
o muertos, y vagaban en silencio, buscándolos entre las ruinas de lo que habían
sido sus hogares, mientras trataban de digerir la angustia y el temor de
encontrarlos muertos. Muchos nunca los encontrarían, ni tan siquiera sus
cuerpos. Algunos, como Federico Iraeta, no pudieron dormir. "Busqué entre
los cadáveres que estaban fuera de la villa y que todavía no habían sido
retirados. Había muchos. Algunos estaban tumbados boca arriba, con los ojos
abiertos; les di la vuelta para que no se vieran tan horribles. Ni mi esposa ni
mi hijo estaban entre ellos. Entonces empecé a mirar por todos los refugios
donde aún se oía a la gente y se sabía que seguían vivos. Fui al refugio de
Andra Mari y comencé a buscar entre los escombros. Entonces vi algo que se
movía. Eran unas piernas humanas. Parecían las piernas de una niña. El resto
del cuerpo había quedado atrapado bajo enormes montones de piedra y ladrillo.
Era imposible hacer nada. Cuando me di cuenta de todo esto, me di la vuelta y
eché a correr. No podía seguir la búsqueda. No podía soportarlo más".
Cuando Carmen Zabaljauregi pasaba por delante de lo que había sido el
restaurante Iruña, se detuvo. En medio del silencio que reinaba en
Gernika, "pudimos oír unos gemidos que procedían de un edificio en ruinas.
Todavía había gente viva allí. Aquello era horrible, peor aún que el propio
bombardeo". Francisca Arriaga también recordaba que "oía los gritos
que provenían de los refugios. Todavía había algunas personas con vida, bajo
los escombros. Había montañas de material sobre ellos. Habría sido imposible
sacarlos. Preferiría morir que vivir ese horror una vez más".
Los gudaris, tratando de rescatar a las personas
que habían sido enterradas con vida y recuperando los cuerpos o los fragmentos
de cuerpos de las que habían muerto, estaban rodeados de los familiares de
estas personas que los apremiaban, gimiendo, llorando, rogando. Habiendo
trabajado toda la noche, tenían los nervios destrozados y a algunos se les
habían desgarrado las uñas o quemado las palmas de las manos; y Monks los vio
llorar de impotencia. Uno de ellos era Sabin Apraiz. "Fui al refugio de la
calle Andra Mari que se encontraba totalmente cubierto por los escombros. El
fuego ardía muy cerca, pero la gente se esforzaba desesperadamente por sacar a
los que estaban atrapados. Me uní a los que trabajaban, pero era desesperante.
Oíamos a la gente bajo los escombros, los cuales nos llamaban y gemían, y
trabajábamos todo lo que podíamos. Pero había demasiados restos sobre ellos y
el fuego se aproximaba. Al final tuvimos que abandonarlos". Murieron
cocidos bajo las ruinas, en una total oscuridad. Habían transcurrido más de
doce horas desde que el último avión abandonó Gernika.
Frente al humeante hospital del Asilo Calzada se
habían alineado los cuerpos de 42 gudaris y diez enfermeras. "No tuvieron
oportunidad alguna", escribió Monks. Andresa Idoiaga buscaba a su hermano.
Fue al hospital pero no estaba allí. Buscó "entre los cadáveres esparcidos
por toda la villa", pero muchos de ellos habían sido recogidos y
trasladados al cementerio. Andresa Zumeta vio las "filas de cuerpos
alineados allí. Algunos eran fáciles de identificar, pero otros no. Recuerdo a
una mujer alta de Arra-tzu a quien había conocido muy bien. Al principio pensé
que llevaba guantes. Pero el color púrpura se debía a que había muerto por
asfixia". Más tarde esa mañana alguien le dijo a la suegra de Idoiaga que
habían visto a su yerno entre los muertos. "Entonces, ella sola, fue a su
casa, tomó un carro y fue al cementerio. Lo trajo a nuestro pueblo y lo
enterramos allí".
Por efecto de las explosiones, gran parte de la
metralla, cascotes y restos humanos habían sido expulsados con fuerza hacia
arriba, por lo que partes de estos cuerpos colgaban de los árboles u otras
zonas altas de las estrechas calles del centro urbano y de las ramas de los
árboles; otros fragmentos se habían adherido a las paredes o simplemente yacían
esparcidos por el suelo. El padre Pedro Mentxaka recordaba que "las tejas,
los restos de vigas humeantes mezclados con miembros de cuerpos destrozados (2.000
personas) formaban un cuadro que superaba el infierno de Dante". Se ordenó
recoger los restos humanos, con cestos, y quemarlos en la plaza de San Juan
Ibarra, que ofrecía un aspecto macabro.
Los caminos estuvieron durante todo el día
ocupados por largas colas de refugiados que llevaban consigo las pocas
pertenencias que habían podido salvar de las llamas. Iban en dirección a
Bilbao, algunos de ellos con la esperanza de reencontrarse allí con sus seres
queridos. Muchos de ellos serían ametrallados por los aviones de caza durante
el camino. Felisa Urgane era una de estas personas. Tenía cuatro hijas. Cuando
abandonaba Gernika con tres de sus hijas se oyeron algunos disparos "y un
gudari se ofreció a ayudarme llevando a mi hija menor al otro lado de la calle.
Mientras cruzaban, fueron ametrallados y ella recibió un balazo en la pierna.
Sangraba profusamente. La tomé en mis brazos y traté de consolarla hasta que
trajeron una camilla. Se la llevaron y procuré seguirlos, pero las calles
estaban llenas de obstáculos. No podía mantener el ritmo y en la confusión
perdí a una de las chicas. Estaba fuera de mí. Quería seguir con mi hija
herida, pero también quería encontrar a la que se había perdido. La busqué
desesperadamente pero no pude dar con ella. Al fin tomé el camino de Lumo,
tratando de encontrar a la que había sido herida. Vi la camilla y corrí hacia
los gudaris pero ellos cubrieron el rostro de mi hija. No me dejaron verla. Así
tomé el camino de Bilbao con la única hija que aún estaba conmigo. Me sentía
totalmente confusa. Dos meses más tarde la encontramos. Mi otra hija había
muerto, identificamos su foto en una oficina en Bilbao".
Al mediodía, Monks volvió a Bilbao y
escribió su artículo. Conocía Gernika. Había estado allí un día antes del
bombardeo comiendo con unos amigos. Uno de ellos estaba preocupado porque
alguien le había dicho que el Papa excomulgaría a los vascos que no se habían
posicionado con Franco. Pero –escribió Monks– su ansiedad había cesado
"cuando lo vi al día siguiente. Estaba tendido a pocos metros de lo que
había sido su casa, como una masa irreconocible, enmarañada, de carne humana.
Una mano se aferraba a lo que parecía ser un montón de harapos. Su esposa había
estado dentro de esos trapos cuando las bombas comenzaron a caer. Y pedazos de
ella estaban esparcidos sobre los adoquines".
Tal como informó Monks para Paris Soir y
el Daily Express, "acabo de volver de Gernika. Puedo jurar que
los aviadores alemanes al servicio de Franco bombardearon Gernika. Vi cuerpos
en los campos, alcanzados por balas de ametralladoras. Vi 600 cadáveres.
Enfermeras, niños, labriegos, ancianas, niñas, ancianos, bebés. Todos muertos,
destrozados y mutilados". Y exigió a Lord Beaverbrook que su artículo
fuera publicado con una reproducción del telegrama en el cual figuraba la
negación de Franco y que se reprodujera su firma autógrafa, de puño y letra,
para que el mundo supiera que decía la verdad porque, simplemente, había
descrito lo que había visto. Pero, a pesar de todo, hay quien sigue repitiendo
hoy la misma vieja mentira de entonces, que en Gernika murieron menos de 1.654
personas. Y cada vez que lo hacen, Queipo de Llano se ríe desde su tumba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.